domingo, 20 de diciembre de 2009

Por si el tiempo me arrastra...

Te recuerdo cerrando los ojos; bebiendo coca cola. Tu pelo liso, tus ojos marrones, tu sonrisa interminable. A veces llegué a pensar que sonreías demasiado, que las sonrisas no se regalan. Pero tú siempre regalaste sonrisas incluso cuando no sabías lo que eran. En ese recuerdo siempre apareces riendo...

Recuerdo la primera vez que me cogiste de la mano. ¡Qué sensación! . Hacía muchos años que no la tenía, por lo menos 15 años. Sí, supongo que la última vez que tuve esa sensación fue hace la mitad de mi vida. Esas pequeñas caricias que hacían que los pelos se erizaran. Eso mismo me pasó. Pero tú no lo notaste. Yo miré hacia todas partes, deseando que nada ni nadie interrumpiera ese momento. Y pasó justo eso. Nada lo interrumpió. Nuestros dedos entrelazados mientras veíamos aquella película, que nunca supimos cómo acabó, pero que sin embargo se convirtió en nuestra película. Recuerdo también que no estábamos solos. Estaban tus dos amigas, y mis dos amigos. Todos nos llevábamos increiblemente bien. Nos fuimos de viaje, a la nieve, y tú me enseñaste a esquiar, aunque nunca querías ir delante. Siempre preferías pensar que yo había aprendido a esquiar solito, pero tú fuiste la motivación para ello. Qué ironías de la vida. La misma nieve que nos unió, nos tenía que separar...

Te fuiste una fría noche de diciembre, después de darme el mejor de los abrazos. Allí me quedé, con las maletas, esperando al taxi. Me dijiste que no podías hacerme feliz, que yo merecía algo mejor. Pero tú eras lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. Me habías devuelto la ilusión de los 15 años, las ganas de tener una pareja y desechar sexo esporádico que no aportaba nada. Te apreté contra mi pecho todo lo que pude, para que no te marcharas, para que sin palabras sintieras lo que quería decirte, que te quería, que mi vida sin ti no tendría sentido. Tu padre te estaba esperando unos metros más allá, con el coche encendido. Te fuiste...

Hoy hablé contigo. Estabas en Madrid. Habías soñado conmigo, pero no me lo querías decir. Lo supe por tus palabras. Tenías una cena a la que no querías ir, pero no te quedaba más remedio. Yo no me atreví a decirte que vinieras a casa. Tenías que colgar, nos despedimos.

Aún recuerdo tu piel, tus cosquillas, tus sueños de adolescente, tus ganas de que todo saliera bien. Tus labios en aquella botella de coca cola, que compartimos durante aquel viaje...