martes, 16 de febrero de 2010

Lo que nos une a los dos.

Ayer no lo sabia, pero hoy, cotilleando entre tus notas, lo supe. Supe que naciste de un beso, que el mismo día de tu cumpleaños, el 24 de junio, sin quererlo, o sin saberlo, te creé, junto a otra chica. Era mi primer beso, y fue una experiencia única.

Y ahora, casi 16 años después, me doy cuenta de que fuiste la luz que vi aquella noche en mis ojos, a través de mis labios...

Increible...

lunes, 15 de febrero de 2010

Capítulo 8. Luten


Conseguí llegar a casa y ducharme. O más bien me enjaboné sin agua, pues toda la que me había caído me recorría el cuerpo. Sólo quedaban 15 minutos para la cita con Alba y Lucía, y me tenía que dar prisa. Suerte que estaba cerca del centro comercial, pues en Madrid, cuando llueve, parece que la gente no sabe conducir, y se forman unos atascos increíbles. No digamos ya si nieva…


Oteé rápidamente las mesas y no estaban en ninguna, así que eso significaba que no era el último, cosa que me tranquilizó. Escogí un lugar situado cerca de la ventana. Mientras veía las gotas de lluvia caer, pedí unas tortitas con nata al camarero, de rasgos latinos. Me perdían las tortitas, sobre todo el primer bocado. Luego, me cansaba enseguida de ellas…nunca podía con la tercera, pero me la comía siempre por orgullo. A lo lejos, en la puerta, vi entrar a Lucía seguida de su madre. La pequeña vestía unos vaqueros y una chaqueta combinada perfectamente con un gorro a juego. Alba, fiel a su estilo, venía con su chaqueta verde, y sus botas de montaña. Les saludé con la mano para que me viesen, y con una sonrisa se encaminaron hacia la mesa.


-       ¡Hola Jota! – dijo Lucía.


-       Hola Lucía – contesté, y al mismo tiempo reparé en una bolsa que llevaba en su mano derecha.


-       Hola Alba – me levanté y les di dos besos a cada una.


-       He pedido unas tortitas con nata, qué queréis.


-       Yo lo mismo -  dijo Lucía.


-       Que sean tres – añadió Alba.


Se acomodaron en el amplio sofá de color rojo, mientras yo pedía las cosas al camarero latino. Lucía entonces sacó de la bolsa una caja de zapatos.


-       Esto es para ti, Jota – dijo Lucía. Sonreí. No esperaba que hubiese un par de zapatos en la caja, así que la curiosidad me atrapaba por dentro.


-       Son recuerdos que tengo desde que nací – añadió Lucía, como si me estuviese leyendo la mente.


Me dispuse a abrir la caja. Lo que vi allí dentro me tocó el corazón. Encima de todas las cosas, había un dibujo. En la parte superior derecha, ponía el nombre de Lucía, y su edad, 3 años. El dibujo consistía en el típico “mi familia y yo”, y Lucía había dibujado a su madre, justo a su lado, a sus abuelos, al lado de Alba, una casa increíble marrón, en medio de una montaña rodeada de árboles, y un poquito más lejos de todo, justo debajo de su nombre, había dibujado unos cuantos edificios, poniendo en ellos “Madriz”, con la “z” tachada y cambiada por una “d”, y en uno de los edificios había puesto “papa”. Era su forma de sentir la vida a los 3 años, y me conmovió. Conseguí retener las lágrimas, aunque mis ojos adquirieron un brillo como el cristal debido a su estado casi lloroso. Seguí escarbando en la caja. Parecía que todo había sido cuidadosamente ordenado, cronológicamente, para que yo pudiese seguir un hilo conductor. Alba y Lucía me miraban constantemente, mientras las dos estaban cogidas de la mano, y se sonreían de forma cómplice. Lo siguiente que hallé en la caja fue una camiseta pintada a mano, luego un bote con arena ordenada, de esos que parece que hay un paisaje dentro, una jarra de cerámica, unas fotos en un campamento, ya con 10 años, una entrada de Eurodisney, otra foto de Lucía y Alba haciendo surf en Asturias…


Cada recuerdo de Lucía lo sentía como años perdidos en mi vida, como tiempo que recuperar. Levanté la vista y aunque mis ojos lo decían todo, les di las gracias a las dos. El camarero trajo las tortitas y las bebidas, y me vino estupendamente para poder coger fuerzas para hablar.


-       Así que hacéis surf… - dije.


-       Entre otras muchas cosas – contestó Lucía.


-       Mama me enseñó a hacer surf hace 5 años, pero también me ha enseñado otras cosas – añadió.


-       Bueno, bueno, sois una caja de sorpresas constantes – dije. ¿Sabrían esquiar, escalar, o simplemente lo habrían probado?


-       Es que me aficioné a muchos deportes en Asturias, y arrastré conmigo a Lucía, para que se enganchase también, y bueno, de momento le gusta todo, ¿no? – dijo Alba mientras miraba a Lucía.


-       Es que Asturias es un paraíso donde hacer de todo. En clase, en invierno, íbamos a las pistas de esquí que hay cerca, una vez al mes, y nos enseñaban a esquiar. En mayo nos íbamos de acampada un fin de semana, y siempre estábamos haciendo senderismo, o escalar, o tiro con arco – dijo Lucía.


-       ¿Sabes a qué me dedico, Lucía? – le dije a Lucía, que movió la mano en señal de que sabía algo, pero no estaba segura del todo.


-       Pues trabajo en una revista de montaña. Soy escritor, periodista, probador de material…un poco de todo -  dije. Pero lo mejor es que me lo paso muy bien.


Alba había preguntado a mi hermana por mí, pero Candela no había dicho mucho sobre mi trabajo. Le había comentado a Alba que estaba todo el día en la montaña, pero no de qué trabajaba. Así que, para ella, fue una noticia muy buena que yo me dedicara a la montaña.


-       Tu hermana no me había contado nada, pero no sabes hasta qué punto me llega a gustar que te dediques a eso… - dijo Alba.


-       Nosotras también somos muy montañeras . interrumpió Lucía. Bueno, mama algo más que yo, supongo que porque es mayor, pero siempre nos vamos a correr por la montaña, y yo termino muy cansada, pero satisfecha. En gimnasia, en el colegio, siempre saqué sobresaliente, menos en la evaluación de futbol y baloncesto, que no me gustan.


No pude evitar reírme, pues me hacía mucha gracia que Lucía fuese tan parecida a mí, sin habernos visto nunca antes. El tiempo pasó rápido, hablando de sus gustos, de los míos, de los de Alba. Por fin empezaba a entender el por qué del cuerpo de Alba, unas piernas trabajadas, y ni un solo gramo de grasa. Lucía, además de ser un encanto, era una niña deportista como ninguna. Me contó que ahora en el instituto, su profesor de educación física, siempre la usaba como ejemplo, y que había ganado los dos últimos años el cross que hacían por Gijón, en el campo. Campeona absoluta de su categoría, por delante de los chicos. Era una auténtica campeona. Tenía una buena madre, y quizás un buen padre a quien parecerse, al menos genéticamente.


También habló Lucía de su nuevo instituto, de que aún no tenía amigos, y del cambio que esto le había supuesto. Me dijo que merecía la pena venir a Madrid para conocerme, aunque sus amigos se quedaran allí, en Asturias. Me sentí un poco triste, pero halagado, pues era un honor para mí, y una responsabilidad que Lucía y Alba hubiesen decidido instalarse en Madrid. Esperaba poder responder a sus expectativas, y la verdad, estaba deseando irme con ellas a caminar, o a hacer cualquier cosa a la montaña.


Alba miró el reloj. Marcaba las 9 de la noche, así que salimos de aquel sitio, y nos montamos en su coche, para llevar a Lucía a casa. Tan sólo paramos un momento, y Lucía se bajó, y yo se lo agradecí a Alba, pues no sabía si estaba preparado para ver a su madre, después de tanto tiempo y tantas cosas que habían pasado. Lucía se acercó a mí, por la ventanilla.


-       Gracias Papá – me dijo, y me dio un beso justo después. No supe qué decir, y tan sólo me salió un “gracias a ti”. Sentía una enorme presión en mi corazón. Tenía una hija increíble, y se lo debía todo, o casi todo, a Alba. Sonreí a Lucía, mientras abría la puerta del portal, y la perdimos de vista mientras subía por las escaleras. Miré a Alba y le dije.


-       Tienes una hija estupenda.


-       Tenemos una hija estupenda, rectificó Alba. Y no pude evitar darle un abrazo.


Buscamos un restaurante del cual me habían hablado, y conseguimos una buena mesa. Seguía lloviendo en Madrid, pero a esas horas ya no se notaba el caos de tráfico.


Cuando nos sentamos en la mesa, ya no éramos esos dos niños que hacía 15 años habían compartido una parte de su vida. Ahora éramos dos personas maduras, con una vida empezada, con una hija en común, y con cosas aún por descubrir, cada uno del otro. 15 años después, una nueva ilusión por conocer a Alba, de nuevo. Mientras cenábamos, le conté a Alba cómo me habían ido estos años, qué había estado haciendo, dónde había vivido, los lugares que había conocido, mis relaciones…


-       ¿Y ahora no estás con nadie? – preguntó en un momento de despiste, mientras yo me introducía en la boca un trozo de un solomillo de buey digno de los dioses.


-       Sí…bueno, no, pero…a ver, que te explico…- intentaba explicarme, para no decir nada, porque le había prometido a Lorena que aún no diríamos nada, aunque a mí me hubiese supuesto un gran alivio contárselo. Y sin darme cuenta, me estaba haciendo un lío yo solito.


-       Ja, ja, ja, ja, ja! – río Alba.


-       No hace falta que te expliques, - continuó – era sólo por preguntar. Si no me lo quieres contar no pasa nada, que no somos novios ni nada por el estilo, somos amigos, tenemos una hija en común, y ya está.


Respiré aliviado, mientras que sonreía a Alba, pero la verdad es que era una situación compleja. Me gustó su carácter optimista, pero su cara poco a poco cambió su expresión…


-       Me alegra mucho volverte a tener cerca, Alba. Has sido la persona más importante, de las personas más importantes, - corregí – que han pasado por mi vida. Y ahora podemos seguir disfrutando el uno del otro, y compartirlo con Lucía. Aunque tengamos o no otras relaciones, tenemos todo el tiempo del Mundo…


-       Todo el tiempo del Mundo no, Jota…, - dijo Alba.


-       ¿Por qué dices eso, Alba? – pregunté, intrigado.


-       Me estoy muriendo.


Con una tranquilidad pasmosa, Alba había dicho que se estaba muriendo. No sé si me sorprendió más su cara de tranquilidad, o sus palabras. Desde luego, su expresión no era alegre, pero tampoco era de pánico. Y normalmente, la gente común tiene miedo a la muerte. Pero Alba no era una persona común.


-       ¿Estás hablando en serio? – pregunté. Alba asintió con la cabeza, y tardó unos segundos en responder.


-       Sí…soy médico, y puedo asegurarte esto…


-       ¿Cancer? – Volví a preguntar –. Tengo un amigo que tuvo cáncer y se curó con un producto que es casi desconocido, y que puede curarlo…se llama Clorito de Sodio y…


-       No, no es cáncer, - me interrumpió Alba.


-       Tengo una enfermedad muy extraña. Se llama Corazonía de Luten, y tan sólo la han experimentado otras 30 personas en el Mundo. Me he estado informando todo lo que he podido, consultando con grandes expertos, y por el momento no tiene cura.


-       ¿Cómo te afecta esa enfermedad? -  intenté averiguar más sobre ello.


-       Es una anomalía del corazón. El ritmo cardiaco va disminuyendo, hasta tal punto que llega a pararse. La única lucha efectiva que se ha constatado es hacer deportes aeróbicos, de tal manera que se pueda fortalecer el ritmo cardiaco, y se pueda alargar la vida del corazón. Parece una contradicción, pero esa es la única manera.


Noté los ojos llorosos de Alba. Por muy fuerte y optimista que sea uno, nunca se está lo suficientemente preparado para enfrentarse a la muerte en esta vida. Por mucho que creas que lo peor que te puede pasar en esta vida es la muerte, cuando ésta te acecha, sientes una gran presión cada día. Aunque creas que después hay algo más, te conviertas en energía, en luz, en extraterrestre o en lo que quieras creer, nunca podremos enfrentarnos a la muerte con conocimiento sobre ella. Y todo lo desconocido, da miedo. Apreté su mano suavemente con la mía, y le transmití todo mi apoyo mentalmente, sin decir nada. No era el mejor momento para hablar. Quería que fuese ella quien continuase hablando, si quería.


-       Es la primera vez que se lo cuento a alguien que no sea un médico. Ni siquiera mi madre sabe nada. Todo empezó al mismo tiempo que la facultad. Noté que en clase no podía mantenerme despierta, que me costaba atender. Uno de mis profesores se percató de mi estado, y me hizo ir después de clase a verle. Era catedrático en medicina, y me pregunto qué era lo que me pasaba, si era falta de concentración, falta de sueño…- Alba se detuvo un instante para tragar saliva. Su hilo de voz estaba quebrándose poco a poco - . Cuando le conté los síntomas me dijo que me quería hacer unas pruebas, así que a la semana siguiente logré hacerme las pruebas, y cuando me dieron los resultados se los lleve. Yo no entendía nada de lo que allí ponía. Por la cara que puso mi profesor, supe que era grave. Después me habló de la enfermedad en sí, que se sabía más bien poco, y que lo único que podía ayudarme era eso, hacer ejercicios aeróbicos – volvió a detenerse. Sus ojos seguían llorosos, pero se estaba conteniendo - . Aquella primera vez estaba muy confusa, no sabía qué pensar, ni qué hacer. Nunca se lo dije a mis padres, no quería que se preocuparan más, después de haberles hecho pasar por lo de Lucía. Mi profesor fue una gran ayuda, me controlaba, y me presentó a médicos importantes que podían ayudarme a llevar una vida normal. Uno de ellos es Frederick Raims, un reconocido cardiólogo, que ha tratado a dos personas más de esta enfermedad… - Alba cerró los ojos por tres segundos, y suspiró profundamente…


-       Las dos han fallecido. Una de ellas tan sólo hace tres meses – volvió a detenerse y sus ojos, ahora sí, empezaron a encharcarse. Le apreté la mano, y me mantuve todo lo cerca que pude de ella…


-       Me quedan alrededor de dos meses, según Frederick, y según todas las pruebas y experiencias pasadas.


La vida sigue siendo injusta para muchas personas. Alba se merecía todo lo bueno en la vida, y la vida se le estaba acabando. Mierda, pensé. En aquel momento odiaba todo y a todos. Alba no se podía morir, no podía cumplirse el sueño que tuvimos todos.  Alba me apretó la mano, me miró, y dijo con voz rota:


-       Lucía…


Lucía se quedaría sola. Era algo que me dolía, y que me afectaba a mí directamente, como padre. No sabía qué hacer, ni qué decir…


-       Por eso quería venir a Madrid también. Para que Lucía pudiese tener un apoyo más, a su padre… - dijo Alba.


-       Ahora no estás sola, Alba, y Lucía tampoco – dije.


Alba me sonrío de la mejor manera que pudo. Confiaba en mí, y yo no podía defraudarla…


Terminamos de cenar, y Alba me acercó hasta mi coche.


-       Gracias, Jota – dijo, mientras me acariciaba la mejilla.


-       No tienes por qué darme las gracias por nada, es lo menos que puedo hacer, apoyarte…aquí me tienes para lo que necesites…y Lucía también.


Me dio un beso y salí del coche.

Camino de casa, lloré todo lo que no había llorado en 15 años...

viernes, 12 de febrero de 2010

Vuelve el libro sin nombre!!! Capítulo 7. Dudas

Al día siguiente me desperté tarde. Mierda, otra vez que llegaré tarde al curro. Desayuné todo lo rápido que pude, y en media hora estaba metido en el atasco de bajada a Madrid. A las 9 de la mañana estaba en la puerta. Bendita moto, pensé. Jon me vio entrar y sonrió, a pesar de mi media hora tarde. Entre el día de ayer y esta mañana, tenía un buen día. Nos había llegado un nuevo equipo de esquís de travesía para testar, junto con una invitación para ir a la fábrica y esquiar en la zona, y en vez de dármelos, había decidido probarlos él. Iría con Blanca, para devolverle la sorpresa del viaje de novios. Esta vez no me dio envidia, ya que yo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para irme a Suiza a probar esquís. Además, recordé que María nos había invitado a todos el sábado a su casa, y si me iba a probar los esquís, no podría acudir a la reunión. Supongo que era un guiño de ojo de Jon hacia mi situación. Encendí el móvil, que no le había prestado atención hasta ese momento, y me llegaron llamadas perdidas de mi madre, como no, Lorena y Alba. A media mañana llamé a Lorena por si quería que comiéramos juntos. Aceptó, y quedamos en un restaurante del centro. Aproveché también para llamar a Alba, y decirle si tenía la tarde libre. Me dijo que hasta el jueves no empezaba a trabajar, y que si quería podíamos quedar para merendar los tres, junto con Lucía, y luego cenar nosotros dos. Me pareció correcto, y quedé con ellas en un conocido sitio de meriendas cerca de donde vivían ahora, con su madre, a las afueras de Madrid, en el noroeste.

Cuando vi a Lorena entrar por la puerta, me tranquilicé. Había estado toda la mañana dándole vueltas a todo, y me apetecía que ella me diese su opinión al respecto. Lorena era una persona que no dejaba de sorprenderme. Recuerdo que de pequeños, no la soportaba. Era guapa, pero se creía por encima de todos, por ser tan guapa. Nos llevábamos y punto. En la recta final de aquel verano con Alba, empecé a conocerla más, por ser la mejor amiga de Alba, y me di cuenta de que tenía mucho guardado detrás. Por entonces, tampoco le gustaba la montaña, ni siquiera a mí, aunque todos montábamos en bici bastante. Era nuestro medio de transporte. Cuando nos encontramos por casualidad volando hacia Ginebra, y me contó que vivía en Liechtenstein, me quedé maravillado. Luego, cenando, me contó que se había enamorado de un suizo, y que se había ido con él allí a vivir, pero la cosa no funcionó. Para entonces, ella se había enamorado de aquella ciudad, y decidió instalarse allí. Su trabajo le permitía hacer esas cosas. Debido a aquella relación, empezó otra relación con la montaña, y todas sus variantes. Su novio de entonces había conseguido iniciarla en escalada, esquí, snow y parapente. Aficiones muy comunes a las mías habían mantenido aquella noche un alto grado de interés por partes iguales, y alguna vez habíamos escalado juntos, en Madrid, y otras en escuelas de Suiza. Incluso una vez nos fuimos a hacer escalada en hielo a Francia. Todo esto había pasado en unos meses, dentro de unas semanas se cumpliría un año de nuestro primer encuentro. Incluso había venido de acompañante a la boda de Jon y Blanca.

Lorena llegó con una sonrisa, como siempre:

- Hola pequeño, perdón por el retraso, aún no me hago a este estrés de la capital.

- Yo tampoco, por eso vivo allí arriba, fuera de estos ruidos…a ver si convenzo a Jon para que nos traslademos a una nave de Las Rozas que he estado viendo, porque esto nos mata a todos, incluido a él. Tendremos que hacer piña para ir a hablar con Laura.

Hacía poco más de un año habían ascendido a Jon. El puesto que dejó era el que yo ocupaba ahora. Mi nivel de vida había crecido en este último año, y había podido agenciarme con un chalet en las afueras de Madrid, cercano a Las Rozas. Desde entonces, había vivido bastante bien, había tenido mis historias como todos, pero no me podía quejar de mi nivel de vida.

Así que desde entonces intentaba que la redacción de la revista estuviese más cerca de casa, para así disfrutar de mucho más tiempo para mí. Jon y Blanca también vivían cerca de mí, aunque un poco más arriba, en Torrelodones. Recuerdo que cuando empecé a trabajar en la revista, los fines de semana nos íbamos juntos a escalar, y terminábamos de noche cerca de su casa actual, junto al río Guadarrama, que olía fatal, pero que nadie nos molestaba. Allí abrimos algunas vías que hoy todavía no hemos conseguido subir. Nos hicimos algún viaje que otro al pirineo, y sobre todo nos marcó la cumbre que hicimos en el Matherhorn, junto con Laura. Una reunión de trabajo poco habitual, pero que nos unió todavía más a todos.

- ¿Cómo has dormido esta noche?-, me preguntó Lorena.

- Bueno, la verdad es que ni me he enterado, incluso me he dormido un poco más de la cuenta.

- Pues esta noche no ha sido mi culpa-, sonrió Lorena.

- No podría soportar otra vez aquella alarma…- sonreí.

Una noche que me quedé en casa de Lorena, nos despertó a las 4 de la mañana un tremendo pitido. Nos levantamos de un salto por el susto, y empezamos a buscar qué era lo que sonaba. Descubrí que salía del sensor de humos de la cocina, y estuvimos unos 20 minutos intentando descubrir algo que estuviese provocando que saltase la alarma. Al final, decidí desconectar la alarma desatornillándola del techo, y nos fuimos a la cama a las 5 de la mañana. Esa mañana me quedé dormido más de lo habitual, y llegué tarde a la redacción. Por la tarde, Lorena me contó que habían ido los técnicos a verlo, y que habían descubierto un fallo en el mismo sensor, que se había quedado bloqueado.

El camarero interrumpió nuestra conversación, y pedimos la comida. Miré a nuestro alrededor. Ejecutivos almorzando solos en una barra como si fuese un bar. La soledad de la oficina, pensé.

- ¿Has hablado con Alba?

- He quedado esta tarde para merendar con ella y con Lucía…Lorena, ¿cómo ves tú las cosas?

- Bueno, la verdad es que todo esto es un poco sorprendente. De repente, así de la nada, aparece Alba de nuevo en Madrid…- Lorena permaneció unos segundos en silencio- . Te mentiría si te dijera que no tengo miedo de que vuelvas con ella, y más aún con Lucía en medio. Es algo que me deja un poco desubicada, pero si algo he aprendido en estos años es que las cosas ocurren por algo, y somos nosotros los que nos tenemos que adaptar al resto de las situaciones. Así que por mí no te preocupes, sea lo que sea lo que decidas, te apoyaré.

Me quedé pensando. ¿Realmente a Lorena le daba igual lo que pudiese hacer a partir de ahora, con Alba, o con ella?¿Estaba diciéndome que lo mejor era dejar que todo pasase? Quise ir más al detalle.

- ¿Quieres decir que no te importa que lo nuestro no siga hacia adelante? No sé, entiendo que estos meses no ha habido un gran compromiso, pero para mí eres importante…

Paré de hablar de golpe. Recordé anteriores situaciones. Siempre habían sido situaciones importantes con otras chicas, pero por una cosa u otra no habían seguido hacia adelante. Ahora, Lucía sí marcaba un punto de inflexión en mi vida. Ahora era padre, y quizás debía de tomarme en serio una relación. Alba había sido la persona más importante hasta hacía unos meses, en los que Lorena había sido la única persona capaz de mantenerme con ilusión. Lorena me leyó el pensamiento:

- Sé que otras veces ha salido mal todo, con otras relaciones que has tenido. Yo no estoy segura de que tú estés convencido de mí, pero por eso mismo no quiero ser ahora un impedimento en tu vida. Tienes que disfrutarla, y ser tú mismo. Pero…igual que te digo esto, te digo que creo en ti, que creo en nosotros, y que podemos seguir adelante…

Me quedé pensando hasta que punto era importante Lorena. Le tenía mucho cariño, y todo estaba correcto, pero…Alba. Me daba miedo. Me daba miedo contárselo a Alba, que todo se acabara, tanto Alba como Lorena, que las dos al final salieran huyendo. Y Lucía viendo todo eso…no, no podía pasar eso. Pero teníamos que arriesgarnos a decírselo. Debería de contárselo a Alba.

- Tenemos que decírselo a Alba. Tiene derecho a saberlo, y aunque le duela, tendrá que aceptarlo. Mejor ahora que más tarde.

- ¿Estás seguro? Yo no sé si deberíamos…ahora nos llevamos bien, y a lo mejor perdemos la amistad…y si luego lo nuestro no funciona, será un problema…esperemos un poco más…

Noté por primera vez en un año dudar a Lorena de nuestra relación, aunque le quité importancia. Quizás toda esta presión nos estaba haciendo mella a los dos.

- Jota…¿y si esperamos un poco? Yo me voy el miércoles, y tendrás tiempo para pensar en Lucía, en Alba,y en mí.

Me quedé pensativo. La verdad es que no sabía muy bien qué decir. Por un lado, Lorena me estaba dando lo que quería, tiempo para pensar, pero por otro, me hubiese gustado que apostara más por ella, que se defendiera, que se interpusiera entre Alba y yo.

- Bueno, no te preocupes, Lorena, tiempo al tiempo, que los días sigan transcurriendo…¿no era eso lo que solíamos hacer?

Lorena deslizó su mano hacia mi mano. En cualquier otro momento, y en cualquier otra situación, habría apartado mi mano enseguida, pero en esta ocasión necesitaba sentir que estaba cerca.

Pedimos los postres, y cambiamos de tema. Salió a relucir la noticia que aquella mañana nos había sorprendido a todos, pero que yo no había querido prestarle mucha atención; una gran tormenta solar se había producido, y sus efectos se esperaban que llegasen a la tierra en un par de meses, afectando a las telecomunicaciones y a los satélites. Los medios de comunicación no habían parado de hablar de ello, y de hacer sus predicciones con periodistas teatreros que poco o nada sabían del tema.

Al despedirnos, Lorena me preguntó si iría al menos a despedirla al aeropuerto. Asentí, y le dije que el miércoles nos veríamos. Eran las 3 de la tarde, y el cielo amenazaba lluvia. Volví a la redacción de la revista, y Jon me estaba esperando. Teníamos que preparar la Segunda edición del Hielo Crash. Hacía un año habíamos creado este evento y había sido todo un éxito. La prueba consistía en una competición de escalada en bloque o Boulder, pero en una estructura de hielo. Habíamos diseñado para tal ocasión una especie de guante con chichetas, de unos 2 mm cada punta de la chincheta, de tal manera que se pudiese escalar sin piolets. Se permitían crampones, y el objetivo consistía en hacer una travesía de hielo, de unos 40 metros, en la cual no te podías caer, o tendrías que volver a empezar, y recorrerla en el menor tiempo posible. Los agarres en el hielo estaban más o menos marcados, y en las secciones de los techos, donde era más complicado, habíamos usado maderas para que se pudiesen agarrar en pinza. Allí no valía estar fuerte, aunque también era importante, sino ser ágil, cuidadoso, y rápido. El año pasado había ganado un completo desconocido del mundo de la escalada, y nos habían felicitado desde las grandes marcas por el evento. Y este año queríamos superar nuestro éxito. Era el mejor exponente para que la competencia, tan centrada en competiciones absurdas y sosas en rocódromos artificiales, se diese cuenta de que el público empezaba a confiar mucho en nosotros. Algunos de los mejores escaladores ya mostraban su simpatía hacia “Collado Sur”, y más de uno se ofrecía siempre para colaborar en nuestros cada vez más locos proyectos.

Nos llevó un par de horas decidir lugar y fecha concreta. Yo había sugerido que se hiciesen varias competiciones, tanto por edades y sexo, como por localizaciones, para poder llegar a más gente. Pero eso, hasta que no se lo presentáramos a los patrocinadores la semana siguiente, no sabríamos nada.

Cuando salí de la redacción estaba a punto de llover. El cielo teñía de un gris oscuro las calles de Madrid, y yo había quedado en una hora aproximadamente con Alba y Lucía. Me puse el casco, y me subí a la moto, deseando no mojarme. Quería pasar por casa antes, para darme una ducha y dejar la moto. La lluvia me caló hasta los huesos…