domingo, 20 de diciembre de 2009

Por si el tiempo me arrastra...

Te recuerdo cerrando los ojos; bebiendo coca cola. Tu pelo liso, tus ojos marrones, tu sonrisa interminable. A veces llegué a pensar que sonreías demasiado, que las sonrisas no se regalan. Pero tú siempre regalaste sonrisas incluso cuando no sabías lo que eran. En ese recuerdo siempre apareces riendo...

Recuerdo la primera vez que me cogiste de la mano. ¡Qué sensación! . Hacía muchos años que no la tenía, por lo menos 15 años. Sí, supongo que la última vez que tuve esa sensación fue hace la mitad de mi vida. Esas pequeñas caricias que hacían que los pelos se erizaran. Eso mismo me pasó. Pero tú no lo notaste. Yo miré hacia todas partes, deseando que nada ni nadie interrumpiera ese momento. Y pasó justo eso. Nada lo interrumpió. Nuestros dedos entrelazados mientras veíamos aquella película, que nunca supimos cómo acabó, pero que sin embargo se convirtió en nuestra película. Recuerdo también que no estábamos solos. Estaban tus dos amigas, y mis dos amigos. Todos nos llevábamos increiblemente bien. Nos fuimos de viaje, a la nieve, y tú me enseñaste a esquiar, aunque nunca querías ir delante. Siempre preferías pensar que yo había aprendido a esquiar solito, pero tú fuiste la motivación para ello. Qué ironías de la vida. La misma nieve que nos unió, nos tenía que separar...

Te fuiste una fría noche de diciembre, después de darme el mejor de los abrazos. Allí me quedé, con las maletas, esperando al taxi. Me dijiste que no podías hacerme feliz, que yo merecía algo mejor. Pero tú eras lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. Me habías devuelto la ilusión de los 15 años, las ganas de tener una pareja y desechar sexo esporádico que no aportaba nada. Te apreté contra mi pecho todo lo que pude, para que no te marcharas, para que sin palabras sintieras lo que quería decirte, que te quería, que mi vida sin ti no tendría sentido. Tu padre te estaba esperando unos metros más allá, con el coche encendido. Te fuiste...

Hoy hablé contigo. Estabas en Madrid. Habías soñado conmigo, pero no me lo querías decir. Lo supe por tus palabras. Tenías una cena a la que no querías ir, pero no te quedaba más remedio. Yo no me atreví a decirte que vinieras a casa. Tenías que colgar, nos despedimos.

Aún recuerdo tu piel, tus cosquillas, tus sueños de adolescente, tus ganas de que todo saliera bien. Tus labios en aquella botella de coca cola, que compartimos durante aquel viaje...

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Último capítulo, de momento. Aclaraciones más abajo.

Bueno, perdón por el retraso a todos aquellos que en estas últimas semanas habéis estado siguiendo esta historia. La verdad es que todo empezó un poco de coña, y poco a poco se ha ido convirtiendo en algo que me ha llegado a gustar mucho. Nunca se me dio demasiado bien escribir más allá de un relato corto, y gracias a vuestros ánimos y apoyos, y sobre todo la aceptación de la historia, me animé a escribir mucho más. Ahora puedo deciros que tengo la historia. Pero también he de deciros que no está escrita. Escribir un libro no es cuestión de unas horas, o unos días. Me he dado cuenta de que hay mucho trabajo detrás, de que constantemente, como en el cine, tienes que estar pendiente del racord, de que todo concuerde, y eso, es una cosa bastante complicada!

Hoy publico el sexto capítulo de estos textos, que puedo empezar a considerarlos una historia larga. No sé si el argumento me dará para un libro largo, aunque puede que llegue al doble de capítulos, por lo menos. El caso es que aún tengo uno escrito, pero que de momento no voy a publicar. Quiero seguir avanzando en la escritura, a ver si lo acabo. Voy a presentar hasta el capítulo anterior en las editoriales. Aún no sé cómo lo voy a hacer, pero hay que intentarlo. Quizás siempre soñé con escribir un libro, y nunca me vi capaz. Creo recordar que es una de las cosas que dicen que hay que hacer en la vida, escribir un libro. Pues este es mi reto.

Si que quiero pediros un favor a todos los lectores. Opinión. Mojaros. Os gusta, sí o no, qué os gustaría leer, o si véis con buenos ojos que lo presente a una editorial para intentar publicarlo...Vosotr@s sois el libro, sin vosotr@s yo no soy nada. Ni nadie. Gracias, y que os guste...





Capítulo 6. Un domingo de transición.

Amanecí en el sofá del salón. Era la primera vez que me pasaba. Intenté recordar por qué estaba allí, y al tirar del hilo descubrí que no había soñado nada. Alba estaba en Madrid, y teníamos una hija. Era una verdad que ya no podía negar. Me incorporé lentamente del sofá. La cabeza me daba vueltas, y además me dolía un poco la garganta. En la mesa de centro del salón vi que estaba el bote de propóleo, y supuse que me había tomado ayer una cápsula. Me tomé otra. Una canción venía a mi mente…”Me levanto temprano, moribundo…”.
Busqué el teléfono móvil para ver la hora. Estaba en modo silencio, y un sms a punto de enviar en el borrador. Era para mi madre: “Soy padre, y por consiguiente, vosotros sois abuelos”. Pero no había llegado a enviarlo. Casi mejor, porque era algo complicado y mi madre podía pensar cualquier cosa. Eran las 11 de la mañana del domingo. Otro domingo de transición. Decidí apagar el móvil y desconectar el teléfono de casa, y justo en ese momento le dio por sonar. Descolgué el auricular. La única que podía ser era mi madre.

- Qué hay, madre…
- ¿Madre? Pues sí que te ha afectado, sí…
- ¡Lorena! Perdona, es que la única que me llama a casa es mi madre, lo sabes…No había pensado que tenías el teléfono de casa.
- Te he llamado al móvil, pero como lo tienes apagado…
- Sí, lo acabo de apagar. No quiero hablar con nadie hoy. Creo que me voy a pasar el día meditando un poco. ¿Qué día te vas?
- Me quedo hasta el miércoles…Hoy te dejo que estés solo, que sé que lo necesitas. Voy a aprovechar y comeré con mis padres y me acercaré a ver a mi hermana a su nueva casa. No te conté, pero se ha ido a vivir con un compañero de trabajo a Alcobendas, a un piso de alquiler. Creo que es un ático, por lo que recuerdo. Lo mejor de todo es que el tío tiene 40 años…
- Tu hermana sí que sabe buscárselos de su edad, eh?- dije. La hermana de Lorena tenía 24 años, y era igual de guapa que Lorena. Eso sí, había sido mucho más golfa que su hermana, y ahora intentaba encontrar su sitio. Como el resto del mundo.
- Sí, es una joya. Voy a tener que darle algún consejo…
- No, mejor no digas nada. Que sea ella la que elija el camino que quiere seguir…si no es lo que tiene que ser, ya se dará cuenta…Pero a mí no me parece mal que lo disfrute…

La hermana de Lorena se llamaba Violeta. De pequeños, ella algún día se juntaba con sus amigos de la urba y se pasaban la tarde con nosotros. Se llevaba muy bien con mi hermana Candela, quizás porque era un poco más pequeña que nosotros, ya que Candela tiene dos años menos que yo. A todos nos gustaba, pero tenía 10 años por entonces. Yo siempre decía que Violeta rompería muchos corazones cuando creciera. Lorena, entonces, me miraba con un poco de odio, porque perdía el protagonismo. Pero es que Violeta siempre fue mucha Violeta.

- Bueno, Lorena, mañana intentamos comer juntos, ¿te parece?
- Me parece una buena idea…no te rayes mucho hoy, y si me necesitas, ya sabes dónde me tienes. Bisus pequeño…
- Un beso…ciao…y gracias.

Lorena en mi cabeza, dándose de frente con Alba, pensamiento contra pensamiento, sentimiento contra sentimiento. Corazón domesticado. El peso de los años, las experiencias pasadas, todo. Todo se me amontonaba en la cabeza, sin llegar a ordenarlo.

Hice repaso de mi vida. Había cometido muchos errores. Supongo que por el ímpetu de la juventud. Había hecho daño a alguna que otra chica, aún sin querer. Pero aquello siempre me dolió más a mí que a ellas, estoy seguro. Paz, Gloria, Silvia, Sonia, Soledad…que me dejó porque se dio cuenta de que era lesbiana. Curiosidades de la vida, le planteé hacer un trío, el sueño de cualquier hombre, aprovechando la coyuntura, pero me miró con cara de pocos amigos, y entendí que no era la mejor opción. Moriría como tantos otros con las ganas de experimentar eso.

Llamé a mi madre para decirle que no iría a comer, que tenía cosas que hacer. No dije nada más. Pensaba acercarme un día con Candela por allí, como apoyo, para darles la noticia. No sabía si era buena o no. Era una sensación extraña. Esperaba que mis padres lo entendiesen. Ya le estaba dando demasiadas vueltas a la cabeza, tenía que empezar a hacer algo. Me apetecía escalar un rato, estar en la montaña. Me acordé de Jon, mi jefe.
Jon era el responsable de comunicación de la revista donde yo trabajaba, además de un buen colega. Le había conocido un día por casualidad, en una reunión de las federaciones de montaña de todas las comunidades autónomas, a raíz de una pregunta que hice. Al finalizar la charla, se me acercó y me dijo que era el redactor jefe de una revista de montaña, “Collado Sur”, y que necesitaba gente como yo para llevarla hacia arriba. Por entonces, yo trabajaba para una página web donde mi sueldo era bastante justo. Jon me dijo que hablaría con la directora de la revista, que no era ni más ni menos que Laura Rojas, una de las mejores alpinistas que había tenido España, y que por culpa de un accidente en el K2 había tenido que dejar de lado las expediciones. Con toda su experiencia, había decidido lanzar una revista más completa que las de la competencia, donde se trataban temas que eran tabús en la mayoría de las revistas, pues todas ellas pertenecían al mismo grupo de montañeros, y no eran todo lo objetivas que debían de ser. Así que Laura se jugó toda su carrera alpinística a una carta, y la jugada le estaba saliendo bien; estaba teniendo buena aceptación entre el público. Conseguí que Laura estuviese interesada en mi perfil, y me ofreció un buen contrato, escribiendo, probando material, y participando en diferentes expediciones cuando fuera posible. Un lujo de trabajo. Jon había conocido a su mujer hacía poco más de un año, y se habían casado dos meses atrás. Blanca, su mujer, era profesora de un colegio de primaria en Torrelodones, y hacía tan solo una semana que se había quedado embarazada.

Probé a llamar a Jon, a ver si les pillaba en casa, y nos íbamos a la montaña un rato, a despejar la cabeza:

- ¿Sí?-. Una voz medio dormida me cogió el teléfono. Era Jon.
- Jon, soy Jota, ¿Estás aún en la cama?
- Creo que sí…jejeje. Blanca se ha debido de levantar, porque no está a mi lado…
- Tío, tengo que hablar contigo…pero me apetece salir un rato a la montaña, a escalar un rato si eso, o patear, como veas…que se venga Blanca también, y si queréis comemos en El Escorial…Un poco de pateo por La Herrería…
- Bueno, no me parece mal plan…!Blanca! – Subió un poco el volumen de su voz, Jon. – Es Jota, que si nos vamos a patear por la zona del bosque de la Herrería.
Escuché a Blanca por detrás, de fondo, le apetecía la idea…
- Perfecto, dice Blanca que le apetece ver el bosque en esta época.
- Guay, pues os paso a buscar en una media hora…
- Ok, me daré prisa…hasta ahora…me dejas con la intriga, qué te traerás entre manos…
- Ya verás…hasta ahora.

Desayuné rápidamente y me fui a buscar a mis amigos. El domingo había amanecido igual de radiante que el sábado. Llevaba mucho tiempo sin llover, y eso no estaba bien. El cambio climático era evidente, a pesar de que muchas personas dijeran lo contrario, o no se quisiesen dar cuenta. Yo, siempre decía lo mismo, que el ser humano sólo reacciona en momentos límite, y que al no afectarle directamente el cambio climático, y no producirnos incomodidad, pues muy poca gente se involucraba y se concienciaba de verdad. Desde mi humilde posición, intentaba hacer todo lo que estuviese en mi mano para colaborar con el planeta, y además, intentar concienciar a todos aquellos que quisieran concienciarse. Mi coche estaba dentro de un plan de protección medioambiental. Había conseguido que se plantaran tantos árboles como fueran necesarios para paliar mi emisión de dióxido de carbono. Al menos mi conciencia estaba tranquila en ese aspecto, y siempre que salía al monte, llevaba una bolsa con la que iba recogiendo todos aquellos desperdicios que la gente sin escrúpulos iba arrojando.

Jon y Blanca subieron al coche, y por el camino charlamos un poco de todo lo de siempre, hasta que Jon me dijo qué era eso que tenía que hablar con él:

- Tengo una hija.
- ¿Cómo?-. Dijo Blanca. – Pero si no os ha dado tiempo a Lorena y a ti…
- No es de Lorena…es de su mejor amiga.

Les conté la historia y se quedaron tan sorprendidos como yo. Era una historia de película. Pero se alegraron enormemente.

- Tienes que presentárnosla, Jota, así podrá cuidar de nuestro peque cuando nazca -, dijo Jon.
- Tú cómo estás…- preguntó Blanca.
- Bueno, es una situación nueva, y me estoy adaptando. De momento, aparte de mis amigos de la infancia y mi hermana, sois los únicos que lo sabéis. Ni siquiera se lo he dicho a mis padres. Mi madre va a querer conocerla en cuanto se lo diga, como si la viese…
- Cuenta con nosotros para lo que sea, Jota, ok?
- Gracias Blanca, gracias.

Pasamos el día recorriendo uno de los bosques más bonitos que conocíamos cerca de casa, y que además, en esta época del año estaba especialmente hermoso. Sobre las dos de la tarde nos fuimos al alto de la cruz verde, que estaba repleto de motos, y comimos allí . Estuvimos hasta cerca de las cinco, y llegamos a casa de Jon y Blanca una hora más tarde, por el atasco que se formaba para ir a ver el árbol donde dicen que se apareció la Vírgen María hace algunos años, en El Escorial. Una fe rigurosa la que se veía en las caras de los que por allí se movían.
Me invitaron a pasar la tarde viendo el video de su viaje de novios, que no había visto, y que siempre me habían dicho que me iba a sorprender. Habían estado recorriendo Australia, con una furgoneta que habían alquilado. La verdad es que en el video aparecían algunas de las zonas con las que siempre había soñado ir a ver. No era el típico video de viaje de novios, porque ellos no eran la típica pareja, y eso era lo que más me gustaba de ellos. Teníamos gustos muy parecidos, y Blanca se había aficionado a la escalada una vez que se vino con Jon y conmigo. Desde entonces, había subido muchas cumbres con nosotros, y el viaje lo había preparado ella, para que fuera una sorpresa para Jon, al cual le había encantado. Incluso habían estado en Tahilandia, donde escalaron a pie de playa. Increible.
Entre unas cosas y otras, viendo videos, fotos, y charlando, se nos hizo la hora de la cena. Pedimos unas pizzas y sobre las doce me fui a casa.

Tardé en dormirme, dándole vueltas al día, pero en mi cara se empezaba a dibujar una sonrisa…

sábado, 7 de noviembre de 2009

Frío

El viento sopla fuertemente. Es un viento frío, cargado de pequeños cristales de nieve que se me clavan en lo poco que tengo de mi cara sin cubrir. Veo nieve. Nieve por todas partes. Delante de mí un par de hombres, caminando en fila, enganchados con una cuerda. La cuerda también llega hasta mí. Les observo, y no consigo adivinar sus caras detrás de las gafas, la bufanda y el gorro. Pero son unas gafas antiguas, como de aviación, de la guerra civil. Al igual que los gorros, la bufanda, y el resto de la ropa, ahora me doy cuenta de que es todo del mismo color marrón que el pelo de los abrigos de antaño. Giro mi cabeza, y detrás de mí, más nieve, más viento, y otro hombre. Le reconozco. Es mi abuelo. Me hace señas de que siga hacia adelante. No entiendo nada. Creo que estamos subiendo una montaña. Me miro hacia los pies y descubro que yo también llevo ropa precaria, de los años 50. Qué está pasando. Continúo avanzando, lentamente. Tengo frío, mucho frío. Las manos deben de estar congeladas, y los pies al límite. Creo que me van a tener que cortar las manos. De repente, la cuerda se tensa. El primero de la cordada ha caído hacia un lateral de la arista por la que estábamos caminando. Se ha roto literalmente el suelo de hielo en sus pies. Nos está arrastrando a todos. Mi abuelo salta hacia el otro lateral, y nos quedamos colgando todos. Gritos de dolor. El silbido del viento. Me duermo. Un minuto, treinta minutos, una hora. Me despierto por los gritos. Alguien dice mi nombre, desde lo lejos. Intento gritar, pero tengo los labios congelados. No me sale la voz. Son segundos interminables, quizás un minuto, y a lo lejos empiezo a descubrir una mancha, que poco a poco se convierte en silueta. La voz sigue gritando. Es una voz femenina. Se acerca hacia nosotros, e intento mover los brazos para que me vea. Corre hacia mí. Lleva una bufanda y una capucha puesta. Desliza la bufanda hacia abajo para preguntarme si estoy bien. Conozco a esta chica. Fue mi novia hace algunos años, cuando yo era más pequeño. Cierro los ojos e intento recordar aquel momento. Noto unas palmaditas en mi cara, y vuelvo a escuchar mi nombre. Las piernas se elevan solas, creo que me quieren levantar para rescatarme…

- Jota, Jota, despierta, ¡venga!. Eso es, venga, no pasa nada -, dice Alba.

- ¿Q..qu…qué ha pasado? -, me cuesta llegar a pronunciar esa frase.

- Te has desmayado, pero no pasa nada, ha sido por la impresión, seguro -, dice Alba, mientras intento ordenar poco a poco las cosas en mi cabeza.

- Estaba soñando que estaba en una montaña, creo que era el Aneto, con mucho frío. Debía de ser en los años 50. Me recordó a aquella ola de frío siberiana de febrero del 56. Mi abuelo iba conmigo, y caíamos por la arista antes del paso de Mahoma. Y no sé de dónde, salías tú para rescatarnos. Pero eras tú hace 15 años…

- Pues sí que te has ido lejos, a los años 50…

De repente, recordé más cosas. Recordé a Lorena, a Lucía, al resto. Miré a mi alrededor y allí estaban ellos. No me había dado ni cuenta, y llevaban rodeándome todo el rato. Así que era cierto. No lo había soñado. Tenía una hija. Así, de la noche a la mañana, o mejor dicho, de la mañana a la noche. Lucía. Me gustaba el nombre, sí. Y menuda impresión debía de estar dándole como padre. Intenté tranquilizarme y quitarle importancia al asunto:

- Vaya espectáculo que te debo de estar dando, ¿No, Lucía?

Lucía se sorprendió de que me dirijiese a ella, pero supo contestarme:

- No te preocupes, Mamá me ha hablado tanto de ti que no me sorprende nada. Me alegro de conocerte, Jota…

Me sorprendió la madurez con la que me respondió No era propia de una niña de 14 años, aunque teniendo la madre que tenía, no era de extrañar. Pensé por un momento en Lorena, en lo que debía de estar pensando, en si ella sabía algo de todo esto. Busqué su mirada, y su gesto fue de tranquilidad. Ya habría tiempo de hablar de todo esto. Al fin y al cabo, a todos nos había pillado por sorpresa, y lo que menos me importaba era si Lorena sabía que Alba tenía una hija. No era su asunto, y si su amiga no había querido decírmelo, y ella lo había respetado, no había lugar a más pensamientos inoportunos.

Me incorporé poco a poco, con la ayuda de Antonio y Gerardo. Intentando quitarle hierro al asunto, María propuso quedar otro día todos, pero para hacer algo distinto. Mirando a Fito nos invitó a su casa nueva, a cenar todos el sábado siguiente, pues durante la semana iba a ser complicado para ellos, y para más de uno. Todos dijeron que sí, y Alba comentó que tenían que irse, que su madre estaría ya esperándolas en casa, y que tampoco convenía dejarla mucho tiempo sola. Todos empezaron a despedirse también, incluido yo. Lucía se estaba despidiendo del resto del grupo, y aproveché para hablar un momento con Alba:

- Jota, no te preocupes, no he venido para que te hagas cargo ni nada por el estilo. Tan sólo es que ella quería conocerte, y creo que los dos teníais el derecho de saber lo que realmente ocurrió. Yo estoy feliz, y quiero que tu también lo seas. Por supuesto que puedes ver a Lucía siempre que quieras. Además, creo que ella quiere conocerte más en persona, y estaría genial que todo funcionase entre vosotros.

- Bueno, si te parece, podemos quedar mañana tu y yo y ponernos al día, y hablamos sobre Lucía y sobre lo que sea…

- Bien, me parece bien. Apunta mi número…

Necesitaba aclarar ciertas cosas, y sobre todo, necesitaba asimilar aún todo lo escuchado hacía unos minutos. Todos empezaron a irse, y yo me preparé para hacer lo mismo con la moto. Lorena se había despedido de mí, pero cuando me di cuenta, la encontré apoyada en el muro. Esperó a que todos se hubiesen marchado, y se acercó a mí:

- Jota, yo…no tenía ni idea de todo esto. Cuando Alba me vino a recoger y vi a Lucía, no supe qué pensar…Me contó la historia mientras veníamos para acá, y me quedé muy sorprendida. Nunca en todos estos años me contó nada. Me siento un poco en medio de todo…

- No, Lorena, tú no estás en medio. Tú estás aquí, y ahora. Eso es lo que importa. No sabíamos nada de esto, y no tenemos por qué culparnos de nada. Alba y yo fuimos, y ahora tenemos una hija en común. Bueno, habrá que ver algunas cosas, pero yo no pienso cambiar mi vida. No quiero sobresaltos. Recuerda la frase…Vive el momento aquí y ahora.

Los dos nos sentíamos extraños. Necesitaba estar sólo, pensar en mis cosas, escuchar mi música.

- Lorena, necesito asentar todo lo que hemos escuchado hoy..

- Sí, sí, yo también, no te preocupes, no iba a pedirte nada…aunque si me subes hasta mi casa, te lo agradezco…no tengo casco.

- Te subo, claro…pero no pasaré de primera, que no quiero que te congeles de frío. Ponte mi casco, anda…

Acerqué a Lorena hasta su casa de la Urbanización. A veces, se quedaba allí cuando venía a Madrid por unos días. Sus padres aún conservaban el chalet, y ella necesitaba esos momentos en la sierra. Algún día que otro yo había estado de compañero de retiro esos días.

- Mañana te llamo, ¿ok?-. me dijo.

- Vale, mañana hablamos…descansa.

- Tú también…

No nos dimos un beso, pero si nos dimos un gran abrazo. Sabía lo que yo necesitaba a cada momento, era demasiado lista. Me puse el casco, y me encaminé hacia mi casa, esperando despejar un poco la mente por el camino. Pero el frío de la noche me calaba hasta los huesos. El sol hacía bastante rato que ya no calentaba, y era la luna la encargada de alumbra mi camino de regreso. Mañana será otro día. Mañana será otro día.

martes, 3 de noviembre de 2009

Tengo una hija.

- Esta es mi hija Lucía,- dijo Alba.
- Hola...soy Lucía.
- Ahora es cuando os tengo que contar toda esta historia:

“¿Recordáis el verano del 94? Aquel verano fue mi último verano aquí. Me quedé embarazada, sin darme cuenta, hasta que fue demasiado tarde. Era ya septiembre y no sabía qué hacer, y se lo conté a mi madre. Mi madre me apoyó completamente, y me dijo que hablaría con mi padre para buscar una solución. Pero aquella solución era bastante complicada por entonces, y mi padre tampoco estaba muy convencido de que aquello saliera bien. Las cosas se tornaban difíciles, y a mi padre le habían ofrecido hacía unos meses trasladarse a Asturias a trabajar. Así que retomó las negociaciones con su empresa y le trasladaron allí. Ese año no empecé el instituto a tiempo. Llegué a primeros de noviembre a un instituto nuevo, donde no conocía a nadie, y donde tendría que pasar al menos los siguientes ocho meses. Como mi embarazo. Al final, estuve allí hasta semana santa. La tripa se me empezaba a notar mucho, y mis padres hablaron con el instituto y lograron que me hicieran los exámenes antes de dar a luz, y así evitar después males mayores. Aprobé sin mayores problemas, y a partir del año siguiente, las cosas fueron algo más duras. Pasé aquel verano entre la casa de mis padres y la playa, junto con Lucía y mi madre. Era mi único apoyo allí, aunque tenía algunas amigas que se interesaban por mí. Lorena y Jota me seguían escribiendo, pero nunca me atreví a contarles nada. Era una situación muy difícil para mí. Al curso siguiente, se me hizo cuesta arriba todo. La relación con los compañeros, mi papel de madre, la distancia de mi ciudad, Madrid. Cuidar de Lucía, a veces, me podía, y si no hubiese sido por mi madre, que ha sido como una segunda madre para Lucía, no hubiese podido con todo. Afortunadamente, siempre se me dio bien estudiar, y conseguí ir aprobando todo con buena media. Así, en selectividad, conseguí la nota suficiente como para hacer Medicina.
Lucía ya tenía por entonces 3 años, y la universidad me quitaría más tiempo. Pasaba muchas horas fuera de casa, y conocí a un chico en la facultad. Me recordaba mucho a ti, Jota. Supongo que siempre te tuve presente, eras la persona que me faltaba al lado. No le conté nada de Lucía, hasta pasado 3 meses. En aquel momento, cuando se enteró, nuestra relación se enfrió mucho. Tanto, que al final el decidió dejarlo. Me sentí muy sola, y comprendí que iba a ser muy difícil conocer a una persona que hiciese de padre de Lucía. Al mismo tiempo, Lucía empezaba a preguntar qué había pasado con su padre. Al principio, le decía que su padre estaba en una ciudad que pronto ella conocería. Yo tenía inmensas ganas de venir a Madrid, pero al final, nunca lo conseguí. La facultad pasó muy rápido para mí. De vez en cuando me quedaba a alguna fiesta que hacían, pero intentaba ir siempre a casa de mis padres, pues allí también había que echar una mano. Mis compañeras de facultad se portaron estupendamente cuando les conté que tenía una hija. Vinieron un fin de semana y todo a conocerla, a Pravia, y estuvieron encantadas. Se llevaban muy bien con Lucía. Cuando estábamos finalizando la carrera, el hospital de Gijón nos ofreció un hueco a algunos de los que estábamos con algunas asignaturas. Hablé con mis padres y con Lucía, y a todos les pareció bien la idea de que trabajara allí. No les hizo tanta gracia que les propusiera irme a vivir a Gijón. Pero necesitaba independencia, sentirme viva. Lucía ya tenía casi 10 años, y ahora me tocaba empezar a vivir a mí un poco. Ese mismo año, en 2003, a finales, a mi padre le diagnosticaron un cáncer. Fue un mazazo para todos, menos para mi padre, que se lo tomó con mucha entereza. Fue él el que hizo que todos tiráramos para adelante. La casa rural marchaba muy bien, y eso posibilitó que mis padres también se mudaran a Gijón, aunque a unas cuantas calles de mí. Así pasé aquellos años, trabajando en el hospital, estudiando lo poco que me quedaba para licenciarme, y saliendo algunos días con mis amigos de allí, mientras mi madre y mi padre cuidaban de Lucía.
En el verano de 2006 fuimos a Francia, y allí conocí a Philip. Estuvimos juntos hasta el año pasado, y ha sido lo más cercano a un padre que ha conocido Lucía. Pero la relación terminó y no hemos vuelto a vernos más que un par de veces. Mi padre vivió con mucha intensidad aquellos años en Gijón. Sabía que una de las decisiones más duras e importantes de su vida había sido trasladarnos allí, por mí, y después, por Lucía. A principios de este año, mi padre empeoró. El tratamiento que estaba siguiendo para el cáncer ya no era efectivo, y el tumor se había empezado a extender. Murió el dos de junio. Mi madre aguantó con entereza todo el verano, pero sentía que estar allí, en Asturias, ya no tenía sentido sin mi padre. Por otro lado, Lucía quería conocer a su padre, y pensé que ya había llegado el momento, que ambos, padre e hija, estarían preparados. Así que le dije a mi madre que nos volviéramos a Madrid. Estuve moviendo hilos y conseguí que me dieran el traslado al Hospital de puerta de hierro. Pero no me lo podían dar hasta Noviembre, es decir, hasta ahora. En este tiempo conseguimos traspasar la casa rural de mis padres, y ya sin lazos en Asturias hemos decidido volver…y bueno, esa es más o menos la historia.
Sé que os tenía que haber contado esto antes, pero nunca me atreví, y luego ya no servía de nada contarlo. Ahora, 15 años después, quizás todos estemos más preparados para todo esto…”

Alba me miró. Lucía no había parado de observarme desde que había empezado a hablar su madre. Toda esta historia me había dejado en un estado de aturdimiento completo. Sumaba fechas, restaba, hacía cálculos, y sólo me salían dos resultados; o Alba me había puesto los cuernos, o Lucía…Alba me interrumpió en mis pensamientos.

- Jota…Lucía es nuestra hija.

No podía creerlo. En quince minutos había pasado de tener una vida medio estable a tener una hija. Me dio por reir. La impresión no me dejaba hacer otra cosa. Miré a Lorena, que tenía una cara de alucine increíble.

- Joder!! – Acerté a decir. - Estoy flipando!. Lucía…me gusta el nombre.

Fue lo último que dije. Noté un calor inmenso y me desplomé al suelo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Un encuentro inesperado

Hacía 15 años que no veía a Alba. Había soñado muchas veces con este momento. Me lo había imaginado distinto, en otro lugar, sin gente alrededor. Aunque sólo lo había pensado, nunca llegué a imaginar que se cumpliría. Cuando Alba salió del coche no quise mirarla. Bajé la cabeza, tenía miedo. Ella podía haber cambiado, y quizás puede ser que no me gustara. O incluso podía suceder que yo hubiese cambiado mucho, y ella no me reconociese, o ya no le gustase. Cerré los ojos y quise imaginarla una vez más, con su vestido blanco, su sonrisa perfecta, su pelo largo y liso, rubia dorada. Fue tan sólo un instante. Volví a mirar hacia el coche. Lorena se encaminaba junto con Alba a saludar al resto del grupo, que se habían levantado para ir a su encuentro. Yo me quedé sentado, esperando. Observé cómo todos se daban dos besos, y fue la primera vez, 15 años después, que vi a Alba. Le dio dos besos y un abrazo enorme a mi hermana Candela. Ella tampoco quería buscarme con la mirada. Observé sus facciones. La misma nariz, el mismo brillo en los ojos. Estaba casi idéntica, de no ser por su corte de pelo. Lo tenía bastante corto. Atrás quedaba mi recuerdo de aquel pelo largo rubio. Ahora, la media melena hasta los hombros encumbraba su esbelta silueta. Sin duda, un toque mágico a sus 30 años. Seguí observando su cara mientras saludaba a Luis. Me fijé en su chaqueta verde, una chaqueta que yo bien conocía, pues había tenido que escribir sobre ella, hacía un par de número o tres de la revista en la que colaboraba. Los pantalones vaqueros ceñidos favorecían unas más que trabajadas piernas. A qué se dedicaría Alba en estos momentos de su vida.

Lorena vino a saludarme, al mismo tiempo que yo me levantaba del muro de piedra donde estábamos sentados todos hacía apenas dos minutos, sin saber qué hacíamos allí exactamente. Me dio dos besos, y nos miramos mutuamente, sabiendo lo que escondíamos detrás. De momento era mejor no decir nada. Pensé que Lorena tenía delante una situación difícil, con Alba allí, y sin poder dedicarse a mí por un momento. También para mí era una situación extraña. Tenía claro lo que había sido Alba para mí, y la de tiempo que habíamos estado sin hablar, pero también sabía que mi vida ahora iba por otro lado, que Lorena, desde hacía algún tiempo, era la persona que me acariciaba la vida, y aunque nunca habíamos planteado nada, por nuestros propios intereses, los dos sabíamos que había una química especial entre nosotros. Pero eso ahora quedaba en segundo plano, por unos minutos, por unos momentos. Se cruzó la mirada de Alba con la mía. Sonreía como nunca, y me lo contagió. No hubo besos. Un abrazo nos fundió a los dos en un perfecto silencio donde sentíamos nuestros corazones. Bum bum, bum bum, bum bum. Eran dos relojes de alta tecnología. Le acaricié su pelo. Ya no podía dejar caer mi mano a través de su pelo en la espalda, pero la sensación era la misma. Un placer inmenso me invadía el cuerpo. Sentía sus manos posadas en mi espalda, con suavidad, acariciándome pausadamente, apretando contra ella mi pecho. Olía exageradamente bien. Siempre he tenido predilección por los olores. Recuerdo intensamente el olor a naftalina que había en el armario de mi abuela, y en su abrigo de piel. Me gustaba recordar a mi abuela. También recordaba el olor de aquella primera vez en un circuito de motos, viendo a todos mis ídolos de la infancia. Ese olor a aceite quemado. Y el olor de aquella primera vez, con Alba. Su perfume se me quedó impregnado en mi piel tantas horas como pude aguantar escuchar a mi madre que me duchara, que llevaba dos días sin ducharme ni bañarme en la piscina e iba a empezar a pensar que me había convertido en un guarro alérgico al agua. Eso, y que amenazó con dejarme sin cenar. Y la cena era sagrada. Olores, qué grandes recuerdos me provocaban. Y Alba, llevaba un perfume con un ligero toque de miel, que se me antojaba el olor de las sirenas, si es que existían.

Y allí estábamos, abrazados, sin darnos cuenta de la gente que nos rodeaba, nuestros amigos, nuestros compañeros de tantas y tantas aventuras, tantas y tantas anécdotas, como aquella vez que quisimos poner unas monedas en la vía del tren para que se aplanaran, y terminamos parando el tren, y todos corriendo sin saber dónde escondernos, o aquella otra vez en las fiestas de la urbanización , donde sin querer, dejamos sin luz a todos los vecinos por querer ver los fuegos artificiales completamente a oscuras, al fundir los plomos del interruptor general de la urbanización. Allí estaba Alba, 15 años después, tan preciosa como siempre, y yo, aturdido, pero feliz. Le di un achuchón, y me separé suavemente de ella. Mis brazos sujetaron sus mejillas, como entonces, y no supe si darle un beso, en sus labios, tantos años después, o en las mejillas. Fue un beso desviado, seguido de otro justo en la otra comisura de los labios. Ella me ayudó a que fuera así.

- ¿Cómo estás, Jota?-, casi me susurró, dulcemente, con una sonrisa enorme.

- Estás igual que siempre -, le dije, evitando la respuesta a su pregunta.

- Me alegro mucho de volver a verte, tengo mucho que contarte, quizás demasiadas cosas…

- Sssshhhh….- le tapé los labios. Ya habrá tiempo. Ahora estás aquí, estamos todos aquí. Creo que hay que disfrutarlo, de nuevo.

Abrí nuestro cerrado círculo al resto de amigos. Todos nos miraban con una cara amable, incluida Lorena. Estaban contentos de nuestro macro encuentro. Miré a mi hermana, y me guiñó un ojo. María le preguntó a Alba dónde había estado viviendo, y Alba empezó a hablar.

- Nos fuimos al norte, a un pueblecito pequeño que seguro que os suena el nombre, Pravia, en Asturias. Mis padres montaron una casa rural allí, y luego fui a la Universidad en Oviedo. En el año 2003 me mudé a Gijón, y desde allí seguí estudiando lo poco que me quedaba y trabajando en el Hospital Begoña de Gijón…y hasta ahora, que me vengo para Madrid, de nuevo.

Alba hablaba, pero era como si no contase mucho sobre su vida. Tras marcharse, todo había sido muy extraño. Nunca me dijo exactamente dónde estaba. Me dijo que estaba en una tierra increíble, y que me echaba mucho de menos, pero no mencionó nunca Pravia. Yo había estado en aquel pueblo hacia cinco años. Pero la distancia siempre hace mella en todos y cada uno de nosotros y, aunque de vez en cuando nos acordábamos el uno del otro, habíamos seguido nuestras vidas distanciados.

Alba empezó también a preguntar a todos por sus vidas. Antonio comentó que vivía en el centro, en Chueca, con su pareja, una chica argentina de 25 años, toda una belleza, y Fito y María nos anunciaron su próxima boda, y que estaban esperando un bebé. Lorena habló de su trabajo de azafata y de su residencia en Liechtenstein, y nos dejaba asombrados con las cosas que nos contaba de allí. Alba interrumpió a Lorena…

- Ejem…bueno, yo os quería decir algo a todos -, se giró y me miró fijamente durante tres segundos.

- Mi marcha coincidió con el fin de nuestro grupo. Supongo que todos teníamos objetivos distintos, y que al crecer, se fueron haciendo más patentes. Siempre quise volver, pero por unas cosas o por otras, me fue imposible. Hace tres meses murió mi padre. De cáncer. Llevaba ya algún tiempo tocado, y cuando se lo localizaron fue imposible reducirlo. Me sentí muy sola allí arriba, me derrumbé, y en ese momento, me planteé en serio lo de regresar a Madrid. Conseguí localizar a Candela, y le hice prometer que no diría nada a nadie, y menos a ti, Jota – volvió a mirarme fijamente. – También he mantenido un poco el contacto con Lorena, y estas últimas semanas le comenté que vendría posiblemente a primeros de enero. Al final todo se ha adelantado, y bueno, ya estoy aquí…

- Bueno, eso es genial, otra vez aquí todos, esto hay que celebrarlo, - dijo Lucas.

- Sí, pero antes… - le interrumpió Alba. – Quiero presentaros a alguien…

Como si Alba hubiese pronunciado las palabras mágicas, alguien desde el coche, desde el asiento de atrás, se incorporaba. Era alguien menudo, no lograba distinguir quién era. Mientras, la puerta se abrió, y vi dos bambas rojas asomar por el hueco entre la puerta y el suelo. Subí la mirada, y una niña de unos 14 años, preciosa, salió del automóvil.