sábado, 23 de enero de 2010

Estados inanimados. A favor de los Chemtrails.

Todos los jueves ocurre lo mismo. Nada. Y los viernes, y los sábados. Menos los Domigos, que son días de transición hacia alguna parte, nunca ocurre nada. Nada de lo que uno espera. Y me pierdo esperando toda la vida, la de aquí y la de mi otro planeta, que seguro que tenemos más de una vida, como los gatos. Mientras devoro la vida, de la mejor manera que sé, atreviéndome a ser diferente sin llamar la atención, me cuelo en los centros comerciales, y robo.

Robo sin piedad, es algo que no puedo parar de hacerlo. Mi cabeza se llena de imágenes robadas, de olores personales y perfumes impropios. De Locura con mayúsculas y platos preparados, de miradas furtivas, tímidas, gestos que no terminan de realizarse. Aquel banco repleto de ancianos que contempla cómo la juventud se va, o cómo la juventud les arrasa, a ellos mismos, que fueron en sí mismos los que más arrasaron, los revolucionarios en otra época, mucho mejor que esta en la que vivimos. Cualquier tiempo pasado fue mejor.

Los Chemtrails son compuestos químicos para conseguir un estado de conciencia no problemática. O lo que es lo mismo; impide tener un juicio sensato y justo de las cosas. Incitan a comprar, a gastar, a necesitar lo no necesitado, a formar parte de esa grancadenahijadeputa que es la sociedad consumista que a todos, incluido a mí, nos rodea. Sí, los Chemtrails también me ifluyen. Pero creo que a veces, dependiendo de lo que haya comido ese día, me afectan de una manera o de otra. Ayer, por ejemplo, me volví loco en una superficie comercial. Empecé a correr primero, sin saber hacia donde, hasta que un guardia de seguridad me paró los pies. Pero yo no le vi, y sin querer me lo llevé por delante. Tuve mala suerte. Bueno, yo no. Él. Al caer, se golpeó la nuca de tal manera que se quedó allí mismo. Bueno, los budistas dicen que la muerte es parte de la vida, así que, mira que suerte la del tipo.

Pero claro, parece que está mal visto matar a un hombre en medio de un centro comercial. No lo es tanto si está en medio del campo, rodeado de tipos vestidoscomo él, y con tanques alrededor. Incomprensible el ser humano. Así que, viendo el motín que se me avecinaba, me apresuré a coger su pistola, y todos se echaron para detrás. El famoso "causa- efecto". Salí por la puerta de atrás del centro comercial, por esa donde los trabajadores se quedan de pie fumando, haga frío, llueva, o nieve, con tal de asignarse su dósis de nicotina. Y a mí otra cosa no, pero el olor a tabaco, es que no lo soporto. Sin querer se me disparó el arma al golpear la pared por el enfado, y de rebote me cargué a otro tipo. Ahora sí que ya estaba la quiniela echada, y no me importó volver hacia el centro comercial, donde todos me gritaban a su paso (yo pedía aplausos, pero nada). A veces las casualidades no son buenas, y yo intenté huir como pude entre tanta gente. Cuando por fin llegué al parking, tranquilamente metí la tarjeta en la máquina, para sellarlo, y me fui a buscar mi coche. Tardé un buen rato, pero la situación me divertía. Ya nadie me miraba, ni me seguía. Parecía como si a todo el mundo le diese igual. Extraño el ser humano...

Por fin encontré mi coche, y pude volver allí desde donde ahora escribo. Por una vez, un viernes que pasaba algo, carajo!

martes, 19 de enero de 2010

Al final...

Y te levantas un día, sin ninguna prisa, o quizás con alguna cita pendiente. Incluso te puedes levantar con prisas, si quieres. Eso ya es cosa tuya. Pero en cuanto sales a la calle, te vuelves a cruzar con ella. Mierda, otra vez que se me escapa. Te das la vuelta, pero ya es tarde, ya no puedes volver a cruzar tu mirada con la suya. Es como si cupido te haya dejado de disparar, o a ella.

Subes al autobús, ese momento que te traslada a paises de Nunca Jamás, a nubes de algodón, a Mundos donde tu mirada sí se cruza con ella. Nunca me gustó escuchar música en los autobuses, ni en el metro. Prefiero cantarla, y escucharla desde mi interior. Soy así de raro. Pero mientras tú sigues soñando en autobuses y metros con ella, la chica de tus sueños sigue un camino distinto al tuyo, a decenas de kilómetros, con un poco de suerte, o a miles de ellos, con algo menos de suerte. Siempre hay un poco de suerte que nos acompaña, tan sólo hay que saber buscarla y usarla bien.

Lo que tú no sabes es que ella se levantó esta mañana con prisa, porque se había quedado dormida, y pensó que no le iba a dar tiempo. Rápidamente se encerró en el baño, y se preparó para dar todo lo bueno que tiene dentro. Desayunó sin ver las noticias asesinas, sin prestar atención a qué tiempo haría ese día, pues esa mañana, de nuevo, ella tenía una ilusión que hacía que su cabeza y su corazón volasen juntos de la mano.

Esta mañana, ella salió de casa, y te vio salir de tu portal. Bajó la cabeza, pero volvió a mirarte, de lejos, y dio un primer paso. Luego otro, y otro, y otro. Cuando se cruzó contigo, por fin, se atrevió a mirarte a la cara, por primera vez, y tú, que siempre la miras, todos los días, esperando que tu mirada se cruce con la suya, hoy, agachaste la cabeza, porque sentiste que ella estaba más bella que nunca, que no ibas a estar a la altura. Ella pensó que estaba dejando escapar otra oportunidad de su vida cambiar. Tú te volviste, para mirarla de nuevo, pero ella estaba pensando qué hacer....

Justo cuando tú volviste a mirar hacia adelante, hacia tu autobús, ella giró su cabeza, sacando fuerzas de donde siempre creyó que no las había. Allí las encontró. Pero no se cruzó con tu mirada. Siguió su camino, hacia su trabajo...

Mañana será otro día, y puede ser que vuestras miradas se crucen. Tan sólo tienes que ser capaz de mantener al mirada, o incluso, hablar con ella...

Al final, tendrá que enamorarse de ti...


lunes, 18 de enero de 2010

Por delante de mi portal...

Me levantaba siempre a las 8 en punto de la mañana. Con esa melodía tarareada por nuestra cuidadora, una bellísima persona que hacía que la odiaras a esas horas, aunque luego te recompensaba con el desayuno listo y preparado en la mesa de la cocina.

No solía decir ni una sola palabra hasta que mi madre llamaba por teléfono. Es una costumbre que aún no ha perdido, la de llamar siempre por teléfono, aunque haya hablado contigo el día anterior de lo mismo. A duras penas mi garganta rasgaba algunos monosílabos. El ritual de todos los días. Después del desayuno, a ver la tele, cinco, diez minutos, hasta que las vecinas llamaban a la puerta, o nosotros llamábamos a la suya. Una rutina durante muchos años.

Había días que me levantaba más contento que otros. Quizás, en todo esto, algo tenía que ver lo que había pasado la mañana anterior. Algunos días, una pequeña sorpresa me esperaba en la calle. Una sonrisa, unos ojos azules como el cielo más puro, una melena rubia lisa brillante como si estuviese recién mojada por el rocío de la mañana. Algunos días. Por delante de mi portal. Nadie se dio nunca cuenta. Tan sólo ella y yo.

El tiempo pasó, y supongo que en algún momento el camino por el que andábamos los dos se separó, sin darnos cuenta. Nunca supe su nombre, ni su colegio, ni siquiera donde vivía. Ella tan sólo alegraba mi rutina de días de colegio, de pensamientos vacíos. Mi primer amor, podría decirse. Quién sabe qué fue de ella...