sábado, 7 de noviembre de 2009

Frío

El viento sopla fuertemente. Es un viento frío, cargado de pequeños cristales de nieve que se me clavan en lo poco que tengo de mi cara sin cubrir. Veo nieve. Nieve por todas partes. Delante de mí un par de hombres, caminando en fila, enganchados con una cuerda. La cuerda también llega hasta mí. Les observo, y no consigo adivinar sus caras detrás de las gafas, la bufanda y el gorro. Pero son unas gafas antiguas, como de aviación, de la guerra civil. Al igual que los gorros, la bufanda, y el resto de la ropa, ahora me doy cuenta de que es todo del mismo color marrón que el pelo de los abrigos de antaño. Giro mi cabeza, y detrás de mí, más nieve, más viento, y otro hombre. Le reconozco. Es mi abuelo. Me hace señas de que siga hacia adelante. No entiendo nada. Creo que estamos subiendo una montaña. Me miro hacia los pies y descubro que yo también llevo ropa precaria, de los años 50. Qué está pasando. Continúo avanzando, lentamente. Tengo frío, mucho frío. Las manos deben de estar congeladas, y los pies al límite. Creo que me van a tener que cortar las manos. De repente, la cuerda se tensa. El primero de la cordada ha caído hacia un lateral de la arista por la que estábamos caminando. Se ha roto literalmente el suelo de hielo en sus pies. Nos está arrastrando a todos. Mi abuelo salta hacia el otro lateral, y nos quedamos colgando todos. Gritos de dolor. El silbido del viento. Me duermo. Un minuto, treinta minutos, una hora. Me despierto por los gritos. Alguien dice mi nombre, desde lo lejos. Intento gritar, pero tengo los labios congelados. No me sale la voz. Son segundos interminables, quizás un minuto, y a lo lejos empiezo a descubrir una mancha, que poco a poco se convierte en silueta. La voz sigue gritando. Es una voz femenina. Se acerca hacia nosotros, e intento mover los brazos para que me vea. Corre hacia mí. Lleva una bufanda y una capucha puesta. Desliza la bufanda hacia abajo para preguntarme si estoy bien. Conozco a esta chica. Fue mi novia hace algunos años, cuando yo era más pequeño. Cierro los ojos e intento recordar aquel momento. Noto unas palmaditas en mi cara, y vuelvo a escuchar mi nombre. Las piernas se elevan solas, creo que me quieren levantar para rescatarme…

- Jota, Jota, despierta, ¡venga!. Eso es, venga, no pasa nada -, dice Alba.

- ¿Q..qu…qué ha pasado? -, me cuesta llegar a pronunciar esa frase.

- Te has desmayado, pero no pasa nada, ha sido por la impresión, seguro -, dice Alba, mientras intento ordenar poco a poco las cosas en mi cabeza.

- Estaba soñando que estaba en una montaña, creo que era el Aneto, con mucho frío. Debía de ser en los años 50. Me recordó a aquella ola de frío siberiana de febrero del 56. Mi abuelo iba conmigo, y caíamos por la arista antes del paso de Mahoma. Y no sé de dónde, salías tú para rescatarnos. Pero eras tú hace 15 años…

- Pues sí que te has ido lejos, a los años 50…

De repente, recordé más cosas. Recordé a Lorena, a Lucía, al resto. Miré a mi alrededor y allí estaban ellos. No me había dado ni cuenta, y llevaban rodeándome todo el rato. Así que era cierto. No lo había soñado. Tenía una hija. Así, de la noche a la mañana, o mejor dicho, de la mañana a la noche. Lucía. Me gustaba el nombre, sí. Y menuda impresión debía de estar dándole como padre. Intenté tranquilizarme y quitarle importancia al asunto:

- Vaya espectáculo que te debo de estar dando, ¿No, Lucía?

Lucía se sorprendió de que me dirijiese a ella, pero supo contestarme:

- No te preocupes, Mamá me ha hablado tanto de ti que no me sorprende nada. Me alegro de conocerte, Jota…

Me sorprendió la madurez con la que me respondió No era propia de una niña de 14 años, aunque teniendo la madre que tenía, no era de extrañar. Pensé por un momento en Lorena, en lo que debía de estar pensando, en si ella sabía algo de todo esto. Busqué su mirada, y su gesto fue de tranquilidad. Ya habría tiempo de hablar de todo esto. Al fin y al cabo, a todos nos había pillado por sorpresa, y lo que menos me importaba era si Lorena sabía que Alba tenía una hija. No era su asunto, y si su amiga no había querido decírmelo, y ella lo había respetado, no había lugar a más pensamientos inoportunos.

Me incorporé poco a poco, con la ayuda de Antonio y Gerardo. Intentando quitarle hierro al asunto, María propuso quedar otro día todos, pero para hacer algo distinto. Mirando a Fito nos invitó a su casa nueva, a cenar todos el sábado siguiente, pues durante la semana iba a ser complicado para ellos, y para más de uno. Todos dijeron que sí, y Alba comentó que tenían que irse, que su madre estaría ya esperándolas en casa, y que tampoco convenía dejarla mucho tiempo sola. Todos empezaron a despedirse también, incluido yo. Lucía se estaba despidiendo del resto del grupo, y aproveché para hablar un momento con Alba:

- Jota, no te preocupes, no he venido para que te hagas cargo ni nada por el estilo. Tan sólo es que ella quería conocerte, y creo que los dos teníais el derecho de saber lo que realmente ocurrió. Yo estoy feliz, y quiero que tu también lo seas. Por supuesto que puedes ver a Lucía siempre que quieras. Además, creo que ella quiere conocerte más en persona, y estaría genial que todo funcionase entre vosotros.

- Bueno, si te parece, podemos quedar mañana tu y yo y ponernos al día, y hablamos sobre Lucía y sobre lo que sea…

- Bien, me parece bien. Apunta mi número…

Necesitaba aclarar ciertas cosas, y sobre todo, necesitaba asimilar aún todo lo escuchado hacía unos minutos. Todos empezaron a irse, y yo me preparé para hacer lo mismo con la moto. Lorena se había despedido de mí, pero cuando me di cuenta, la encontré apoyada en el muro. Esperó a que todos se hubiesen marchado, y se acercó a mí:

- Jota, yo…no tenía ni idea de todo esto. Cuando Alba me vino a recoger y vi a Lucía, no supe qué pensar…Me contó la historia mientras veníamos para acá, y me quedé muy sorprendida. Nunca en todos estos años me contó nada. Me siento un poco en medio de todo…

- No, Lorena, tú no estás en medio. Tú estás aquí, y ahora. Eso es lo que importa. No sabíamos nada de esto, y no tenemos por qué culparnos de nada. Alba y yo fuimos, y ahora tenemos una hija en común. Bueno, habrá que ver algunas cosas, pero yo no pienso cambiar mi vida. No quiero sobresaltos. Recuerda la frase…Vive el momento aquí y ahora.

Los dos nos sentíamos extraños. Necesitaba estar sólo, pensar en mis cosas, escuchar mi música.

- Lorena, necesito asentar todo lo que hemos escuchado hoy..

- Sí, sí, yo también, no te preocupes, no iba a pedirte nada…aunque si me subes hasta mi casa, te lo agradezco…no tengo casco.

- Te subo, claro…pero no pasaré de primera, que no quiero que te congeles de frío. Ponte mi casco, anda…

Acerqué a Lorena hasta su casa de la Urbanización. A veces, se quedaba allí cuando venía a Madrid por unos días. Sus padres aún conservaban el chalet, y ella necesitaba esos momentos en la sierra. Algún día que otro yo había estado de compañero de retiro esos días.

- Mañana te llamo, ¿ok?-. me dijo.

- Vale, mañana hablamos…descansa.

- Tú también…

No nos dimos un beso, pero si nos dimos un gran abrazo. Sabía lo que yo necesitaba a cada momento, era demasiado lista. Me puse el casco, y me encaminé hacia mi casa, esperando despejar un poco la mente por el camino. Pero el frío de la noche me calaba hasta los huesos. El sol hacía bastante rato que ya no calentaba, y era la luna la encargada de alumbra mi camino de regreso. Mañana será otro día. Mañana será otro día.

2 comentarios:

Alía Mateu dijo...

Buff.. bestial Juanjo, bestial.

Vértigo dijo...

Mañana será otro día.




Pd: No te odio porque me caes bien, que conste, que esto no se le hace a nadie, dar tanta envidia en un sólo día...
Jajajaja.
Un besazo.