lunes, 15 de febrero de 2010

Capítulo 8. Luten


Conseguí llegar a casa y ducharme. O más bien me enjaboné sin agua, pues toda la que me había caído me recorría el cuerpo. Sólo quedaban 15 minutos para la cita con Alba y Lucía, y me tenía que dar prisa. Suerte que estaba cerca del centro comercial, pues en Madrid, cuando llueve, parece que la gente no sabe conducir, y se forman unos atascos increíbles. No digamos ya si nieva…


Oteé rápidamente las mesas y no estaban en ninguna, así que eso significaba que no era el último, cosa que me tranquilizó. Escogí un lugar situado cerca de la ventana. Mientras veía las gotas de lluvia caer, pedí unas tortitas con nata al camarero, de rasgos latinos. Me perdían las tortitas, sobre todo el primer bocado. Luego, me cansaba enseguida de ellas…nunca podía con la tercera, pero me la comía siempre por orgullo. A lo lejos, en la puerta, vi entrar a Lucía seguida de su madre. La pequeña vestía unos vaqueros y una chaqueta combinada perfectamente con un gorro a juego. Alba, fiel a su estilo, venía con su chaqueta verde, y sus botas de montaña. Les saludé con la mano para que me viesen, y con una sonrisa se encaminaron hacia la mesa.


-       ¡Hola Jota! – dijo Lucía.


-       Hola Lucía – contesté, y al mismo tiempo reparé en una bolsa que llevaba en su mano derecha.


-       Hola Alba – me levanté y les di dos besos a cada una.


-       He pedido unas tortitas con nata, qué queréis.


-       Yo lo mismo -  dijo Lucía.


-       Que sean tres – añadió Alba.


Se acomodaron en el amplio sofá de color rojo, mientras yo pedía las cosas al camarero latino. Lucía entonces sacó de la bolsa una caja de zapatos.


-       Esto es para ti, Jota – dijo Lucía. Sonreí. No esperaba que hubiese un par de zapatos en la caja, así que la curiosidad me atrapaba por dentro.


-       Son recuerdos que tengo desde que nací – añadió Lucía, como si me estuviese leyendo la mente.


Me dispuse a abrir la caja. Lo que vi allí dentro me tocó el corazón. Encima de todas las cosas, había un dibujo. En la parte superior derecha, ponía el nombre de Lucía, y su edad, 3 años. El dibujo consistía en el típico “mi familia y yo”, y Lucía había dibujado a su madre, justo a su lado, a sus abuelos, al lado de Alba, una casa increíble marrón, en medio de una montaña rodeada de árboles, y un poquito más lejos de todo, justo debajo de su nombre, había dibujado unos cuantos edificios, poniendo en ellos “Madriz”, con la “z” tachada y cambiada por una “d”, y en uno de los edificios había puesto “papa”. Era su forma de sentir la vida a los 3 años, y me conmovió. Conseguí retener las lágrimas, aunque mis ojos adquirieron un brillo como el cristal debido a su estado casi lloroso. Seguí escarbando en la caja. Parecía que todo había sido cuidadosamente ordenado, cronológicamente, para que yo pudiese seguir un hilo conductor. Alba y Lucía me miraban constantemente, mientras las dos estaban cogidas de la mano, y se sonreían de forma cómplice. Lo siguiente que hallé en la caja fue una camiseta pintada a mano, luego un bote con arena ordenada, de esos que parece que hay un paisaje dentro, una jarra de cerámica, unas fotos en un campamento, ya con 10 años, una entrada de Eurodisney, otra foto de Lucía y Alba haciendo surf en Asturias…


Cada recuerdo de Lucía lo sentía como años perdidos en mi vida, como tiempo que recuperar. Levanté la vista y aunque mis ojos lo decían todo, les di las gracias a las dos. El camarero trajo las tortitas y las bebidas, y me vino estupendamente para poder coger fuerzas para hablar.


-       Así que hacéis surf… - dije.


-       Entre otras muchas cosas – contestó Lucía.


-       Mama me enseñó a hacer surf hace 5 años, pero también me ha enseñado otras cosas – añadió.


-       Bueno, bueno, sois una caja de sorpresas constantes – dije. ¿Sabrían esquiar, escalar, o simplemente lo habrían probado?


-       Es que me aficioné a muchos deportes en Asturias, y arrastré conmigo a Lucía, para que se enganchase también, y bueno, de momento le gusta todo, ¿no? – dijo Alba mientras miraba a Lucía.


-       Es que Asturias es un paraíso donde hacer de todo. En clase, en invierno, íbamos a las pistas de esquí que hay cerca, una vez al mes, y nos enseñaban a esquiar. En mayo nos íbamos de acampada un fin de semana, y siempre estábamos haciendo senderismo, o escalar, o tiro con arco – dijo Lucía.


-       ¿Sabes a qué me dedico, Lucía? – le dije a Lucía, que movió la mano en señal de que sabía algo, pero no estaba segura del todo.


-       Pues trabajo en una revista de montaña. Soy escritor, periodista, probador de material…un poco de todo -  dije. Pero lo mejor es que me lo paso muy bien.


Alba había preguntado a mi hermana por mí, pero Candela no había dicho mucho sobre mi trabajo. Le había comentado a Alba que estaba todo el día en la montaña, pero no de qué trabajaba. Así que, para ella, fue una noticia muy buena que yo me dedicara a la montaña.


-       Tu hermana no me había contado nada, pero no sabes hasta qué punto me llega a gustar que te dediques a eso… - dijo Alba.


-       Nosotras también somos muy montañeras . interrumpió Lucía. Bueno, mama algo más que yo, supongo que porque es mayor, pero siempre nos vamos a correr por la montaña, y yo termino muy cansada, pero satisfecha. En gimnasia, en el colegio, siempre saqué sobresaliente, menos en la evaluación de futbol y baloncesto, que no me gustan.


No pude evitar reírme, pues me hacía mucha gracia que Lucía fuese tan parecida a mí, sin habernos visto nunca antes. El tiempo pasó rápido, hablando de sus gustos, de los míos, de los de Alba. Por fin empezaba a entender el por qué del cuerpo de Alba, unas piernas trabajadas, y ni un solo gramo de grasa. Lucía, además de ser un encanto, era una niña deportista como ninguna. Me contó que ahora en el instituto, su profesor de educación física, siempre la usaba como ejemplo, y que había ganado los dos últimos años el cross que hacían por Gijón, en el campo. Campeona absoluta de su categoría, por delante de los chicos. Era una auténtica campeona. Tenía una buena madre, y quizás un buen padre a quien parecerse, al menos genéticamente.


También habló Lucía de su nuevo instituto, de que aún no tenía amigos, y del cambio que esto le había supuesto. Me dijo que merecía la pena venir a Madrid para conocerme, aunque sus amigos se quedaran allí, en Asturias. Me sentí un poco triste, pero halagado, pues era un honor para mí, y una responsabilidad que Lucía y Alba hubiesen decidido instalarse en Madrid. Esperaba poder responder a sus expectativas, y la verdad, estaba deseando irme con ellas a caminar, o a hacer cualquier cosa a la montaña.


Alba miró el reloj. Marcaba las 9 de la noche, así que salimos de aquel sitio, y nos montamos en su coche, para llevar a Lucía a casa. Tan sólo paramos un momento, y Lucía se bajó, y yo se lo agradecí a Alba, pues no sabía si estaba preparado para ver a su madre, después de tanto tiempo y tantas cosas que habían pasado. Lucía se acercó a mí, por la ventanilla.


-       Gracias Papá – me dijo, y me dio un beso justo después. No supe qué decir, y tan sólo me salió un “gracias a ti”. Sentía una enorme presión en mi corazón. Tenía una hija increíble, y se lo debía todo, o casi todo, a Alba. Sonreí a Lucía, mientras abría la puerta del portal, y la perdimos de vista mientras subía por las escaleras. Miré a Alba y le dije.


-       Tienes una hija estupenda.


-       Tenemos una hija estupenda, rectificó Alba. Y no pude evitar darle un abrazo.


Buscamos un restaurante del cual me habían hablado, y conseguimos una buena mesa. Seguía lloviendo en Madrid, pero a esas horas ya no se notaba el caos de tráfico.


Cuando nos sentamos en la mesa, ya no éramos esos dos niños que hacía 15 años habían compartido una parte de su vida. Ahora éramos dos personas maduras, con una vida empezada, con una hija en común, y con cosas aún por descubrir, cada uno del otro. 15 años después, una nueva ilusión por conocer a Alba, de nuevo. Mientras cenábamos, le conté a Alba cómo me habían ido estos años, qué había estado haciendo, dónde había vivido, los lugares que había conocido, mis relaciones…


-       ¿Y ahora no estás con nadie? – preguntó en un momento de despiste, mientras yo me introducía en la boca un trozo de un solomillo de buey digno de los dioses.


-       Sí…bueno, no, pero…a ver, que te explico…- intentaba explicarme, para no decir nada, porque le había prometido a Lorena que aún no diríamos nada, aunque a mí me hubiese supuesto un gran alivio contárselo. Y sin darme cuenta, me estaba haciendo un lío yo solito.


-       Ja, ja, ja, ja, ja! – río Alba.


-       No hace falta que te expliques, - continuó – era sólo por preguntar. Si no me lo quieres contar no pasa nada, que no somos novios ni nada por el estilo, somos amigos, tenemos una hija en común, y ya está.


Respiré aliviado, mientras que sonreía a Alba, pero la verdad es que era una situación compleja. Me gustó su carácter optimista, pero su cara poco a poco cambió su expresión…


-       Me alegra mucho volverte a tener cerca, Alba. Has sido la persona más importante, de las personas más importantes, - corregí – que han pasado por mi vida. Y ahora podemos seguir disfrutando el uno del otro, y compartirlo con Lucía. Aunque tengamos o no otras relaciones, tenemos todo el tiempo del Mundo…


-       Todo el tiempo del Mundo no, Jota…, - dijo Alba.


-       ¿Por qué dices eso, Alba? – pregunté, intrigado.


-       Me estoy muriendo.


Con una tranquilidad pasmosa, Alba había dicho que se estaba muriendo. No sé si me sorprendió más su cara de tranquilidad, o sus palabras. Desde luego, su expresión no era alegre, pero tampoco era de pánico. Y normalmente, la gente común tiene miedo a la muerte. Pero Alba no era una persona común.


-       ¿Estás hablando en serio? – pregunté. Alba asintió con la cabeza, y tardó unos segundos en responder.


-       Sí…soy médico, y puedo asegurarte esto…


-       ¿Cancer? – Volví a preguntar –. Tengo un amigo que tuvo cáncer y se curó con un producto que es casi desconocido, y que puede curarlo…se llama Clorito de Sodio y…


-       No, no es cáncer, - me interrumpió Alba.


-       Tengo una enfermedad muy extraña. Se llama Corazonía de Luten, y tan sólo la han experimentado otras 30 personas en el Mundo. Me he estado informando todo lo que he podido, consultando con grandes expertos, y por el momento no tiene cura.


-       ¿Cómo te afecta esa enfermedad? -  intenté averiguar más sobre ello.


-       Es una anomalía del corazón. El ritmo cardiaco va disminuyendo, hasta tal punto que llega a pararse. La única lucha efectiva que se ha constatado es hacer deportes aeróbicos, de tal manera que se pueda fortalecer el ritmo cardiaco, y se pueda alargar la vida del corazón. Parece una contradicción, pero esa es la única manera.


Noté los ojos llorosos de Alba. Por muy fuerte y optimista que sea uno, nunca se está lo suficientemente preparado para enfrentarse a la muerte en esta vida. Por mucho que creas que lo peor que te puede pasar en esta vida es la muerte, cuando ésta te acecha, sientes una gran presión cada día. Aunque creas que después hay algo más, te conviertas en energía, en luz, en extraterrestre o en lo que quieras creer, nunca podremos enfrentarnos a la muerte con conocimiento sobre ella. Y todo lo desconocido, da miedo. Apreté su mano suavemente con la mía, y le transmití todo mi apoyo mentalmente, sin decir nada. No era el mejor momento para hablar. Quería que fuese ella quien continuase hablando, si quería.


-       Es la primera vez que se lo cuento a alguien que no sea un médico. Ni siquiera mi madre sabe nada. Todo empezó al mismo tiempo que la facultad. Noté que en clase no podía mantenerme despierta, que me costaba atender. Uno de mis profesores se percató de mi estado, y me hizo ir después de clase a verle. Era catedrático en medicina, y me pregunto qué era lo que me pasaba, si era falta de concentración, falta de sueño…- Alba se detuvo un instante para tragar saliva. Su hilo de voz estaba quebrándose poco a poco - . Cuando le conté los síntomas me dijo que me quería hacer unas pruebas, así que a la semana siguiente logré hacerme las pruebas, y cuando me dieron los resultados se los lleve. Yo no entendía nada de lo que allí ponía. Por la cara que puso mi profesor, supe que era grave. Después me habló de la enfermedad en sí, que se sabía más bien poco, y que lo único que podía ayudarme era eso, hacer ejercicios aeróbicos – volvió a detenerse. Sus ojos seguían llorosos, pero se estaba conteniendo - . Aquella primera vez estaba muy confusa, no sabía qué pensar, ni qué hacer. Nunca se lo dije a mis padres, no quería que se preocuparan más, después de haberles hecho pasar por lo de Lucía. Mi profesor fue una gran ayuda, me controlaba, y me presentó a médicos importantes que podían ayudarme a llevar una vida normal. Uno de ellos es Frederick Raims, un reconocido cardiólogo, que ha tratado a dos personas más de esta enfermedad… - Alba cerró los ojos por tres segundos, y suspiró profundamente…


-       Las dos han fallecido. Una de ellas tan sólo hace tres meses – volvió a detenerse y sus ojos, ahora sí, empezaron a encharcarse. Le apreté la mano, y me mantuve todo lo cerca que pude de ella…


-       Me quedan alrededor de dos meses, según Frederick, y según todas las pruebas y experiencias pasadas.


La vida sigue siendo injusta para muchas personas. Alba se merecía todo lo bueno en la vida, y la vida se le estaba acabando. Mierda, pensé. En aquel momento odiaba todo y a todos. Alba no se podía morir, no podía cumplirse el sueño que tuvimos todos.  Alba me apretó la mano, me miró, y dijo con voz rota:


-       Lucía…


Lucía se quedaría sola. Era algo que me dolía, y que me afectaba a mí directamente, como padre. No sabía qué hacer, ni qué decir…


-       Por eso quería venir a Madrid también. Para que Lucía pudiese tener un apoyo más, a su padre… - dijo Alba.


-       Ahora no estás sola, Alba, y Lucía tampoco – dije.


Alba me sonrío de la mejor manera que pudo. Confiaba en mí, y yo no podía defraudarla…


Terminamos de cenar, y Alba me acercó hasta mi coche.


-       Gracias, Jota – dijo, mientras me acariciaba la mejilla.


-       No tienes por qué darme las gracias por nada, es lo menos que puedo hacer, apoyarte…aquí me tienes para lo que necesites…y Lucía también.


Me dio un beso y salí del coche.

Camino de casa, lloré todo lo que no había llorado en 15 años...

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