jueves, 29 de octubre de 2009

Un encuentro inesperado

Hacía 15 años que no veía a Alba. Había soñado muchas veces con este momento. Me lo había imaginado distinto, en otro lugar, sin gente alrededor. Aunque sólo lo había pensado, nunca llegué a imaginar que se cumpliría. Cuando Alba salió del coche no quise mirarla. Bajé la cabeza, tenía miedo. Ella podía haber cambiado, y quizás puede ser que no me gustara. O incluso podía suceder que yo hubiese cambiado mucho, y ella no me reconociese, o ya no le gustase. Cerré los ojos y quise imaginarla una vez más, con su vestido blanco, su sonrisa perfecta, su pelo largo y liso, rubia dorada. Fue tan sólo un instante. Volví a mirar hacia el coche. Lorena se encaminaba junto con Alba a saludar al resto del grupo, que se habían levantado para ir a su encuentro. Yo me quedé sentado, esperando. Observé cómo todos se daban dos besos, y fue la primera vez, 15 años después, que vi a Alba. Le dio dos besos y un abrazo enorme a mi hermana Candela. Ella tampoco quería buscarme con la mirada. Observé sus facciones. La misma nariz, el mismo brillo en los ojos. Estaba casi idéntica, de no ser por su corte de pelo. Lo tenía bastante corto. Atrás quedaba mi recuerdo de aquel pelo largo rubio. Ahora, la media melena hasta los hombros encumbraba su esbelta silueta. Sin duda, un toque mágico a sus 30 años. Seguí observando su cara mientras saludaba a Luis. Me fijé en su chaqueta verde, una chaqueta que yo bien conocía, pues había tenido que escribir sobre ella, hacía un par de número o tres de la revista en la que colaboraba. Los pantalones vaqueros ceñidos favorecían unas más que trabajadas piernas. A qué se dedicaría Alba en estos momentos de su vida.

Lorena vino a saludarme, al mismo tiempo que yo me levantaba del muro de piedra donde estábamos sentados todos hacía apenas dos minutos, sin saber qué hacíamos allí exactamente. Me dio dos besos, y nos miramos mutuamente, sabiendo lo que escondíamos detrás. De momento era mejor no decir nada. Pensé que Lorena tenía delante una situación difícil, con Alba allí, y sin poder dedicarse a mí por un momento. También para mí era una situación extraña. Tenía claro lo que había sido Alba para mí, y la de tiempo que habíamos estado sin hablar, pero también sabía que mi vida ahora iba por otro lado, que Lorena, desde hacía algún tiempo, era la persona que me acariciaba la vida, y aunque nunca habíamos planteado nada, por nuestros propios intereses, los dos sabíamos que había una química especial entre nosotros. Pero eso ahora quedaba en segundo plano, por unos minutos, por unos momentos. Se cruzó la mirada de Alba con la mía. Sonreía como nunca, y me lo contagió. No hubo besos. Un abrazo nos fundió a los dos en un perfecto silencio donde sentíamos nuestros corazones. Bum bum, bum bum, bum bum. Eran dos relojes de alta tecnología. Le acaricié su pelo. Ya no podía dejar caer mi mano a través de su pelo en la espalda, pero la sensación era la misma. Un placer inmenso me invadía el cuerpo. Sentía sus manos posadas en mi espalda, con suavidad, acariciándome pausadamente, apretando contra ella mi pecho. Olía exageradamente bien. Siempre he tenido predilección por los olores. Recuerdo intensamente el olor a naftalina que había en el armario de mi abuela, y en su abrigo de piel. Me gustaba recordar a mi abuela. También recordaba el olor de aquella primera vez en un circuito de motos, viendo a todos mis ídolos de la infancia. Ese olor a aceite quemado. Y el olor de aquella primera vez, con Alba. Su perfume se me quedó impregnado en mi piel tantas horas como pude aguantar escuchar a mi madre que me duchara, que llevaba dos días sin ducharme ni bañarme en la piscina e iba a empezar a pensar que me había convertido en un guarro alérgico al agua. Eso, y que amenazó con dejarme sin cenar. Y la cena era sagrada. Olores, qué grandes recuerdos me provocaban. Y Alba, llevaba un perfume con un ligero toque de miel, que se me antojaba el olor de las sirenas, si es que existían.

Y allí estábamos, abrazados, sin darnos cuenta de la gente que nos rodeaba, nuestros amigos, nuestros compañeros de tantas y tantas aventuras, tantas y tantas anécdotas, como aquella vez que quisimos poner unas monedas en la vía del tren para que se aplanaran, y terminamos parando el tren, y todos corriendo sin saber dónde escondernos, o aquella otra vez en las fiestas de la urbanización , donde sin querer, dejamos sin luz a todos los vecinos por querer ver los fuegos artificiales completamente a oscuras, al fundir los plomos del interruptor general de la urbanización. Allí estaba Alba, 15 años después, tan preciosa como siempre, y yo, aturdido, pero feliz. Le di un achuchón, y me separé suavemente de ella. Mis brazos sujetaron sus mejillas, como entonces, y no supe si darle un beso, en sus labios, tantos años después, o en las mejillas. Fue un beso desviado, seguido de otro justo en la otra comisura de los labios. Ella me ayudó a que fuera así.

- ¿Cómo estás, Jota?-, casi me susurró, dulcemente, con una sonrisa enorme.

- Estás igual que siempre -, le dije, evitando la respuesta a su pregunta.

- Me alegro mucho de volver a verte, tengo mucho que contarte, quizás demasiadas cosas…

- Sssshhhh….- le tapé los labios. Ya habrá tiempo. Ahora estás aquí, estamos todos aquí. Creo que hay que disfrutarlo, de nuevo.

Abrí nuestro cerrado círculo al resto de amigos. Todos nos miraban con una cara amable, incluida Lorena. Estaban contentos de nuestro macro encuentro. Miré a mi hermana, y me guiñó un ojo. María le preguntó a Alba dónde había estado viviendo, y Alba empezó a hablar.

- Nos fuimos al norte, a un pueblecito pequeño que seguro que os suena el nombre, Pravia, en Asturias. Mis padres montaron una casa rural allí, y luego fui a la Universidad en Oviedo. En el año 2003 me mudé a Gijón, y desde allí seguí estudiando lo poco que me quedaba y trabajando en el Hospital Begoña de Gijón…y hasta ahora, que me vengo para Madrid, de nuevo.

Alba hablaba, pero era como si no contase mucho sobre su vida. Tras marcharse, todo había sido muy extraño. Nunca me dijo exactamente dónde estaba. Me dijo que estaba en una tierra increíble, y que me echaba mucho de menos, pero no mencionó nunca Pravia. Yo había estado en aquel pueblo hacia cinco años. Pero la distancia siempre hace mella en todos y cada uno de nosotros y, aunque de vez en cuando nos acordábamos el uno del otro, habíamos seguido nuestras vidas distanciados.

Alba empezó también a preguntar a todos por sus vidas. Antonio comentó que vivía en el centro, en Chueca, con su pareja, una chica argentina de 25 años, toda una belleza, y Fito y María nos anunciaron su próxima boda, y que estaban esperando un bebé. Lorena habló de su trabajo de azafata y de su residencia en Liechtenstein, y nos dejaba asombrados con las cosas que nos contaba de allí. Alba interrumpió a Lorena…

- Ejem…bueno, yo os quería decir algo a todos -, se giró y me miró fijamente durante tres segundos.

- Mi marcha coincidió con el fin de nuestro grupo. Supongo que todos teníamos objetivos distintos, y que al crecer, se fueron haciendo más patentes. Siempre quise volver, pero por unas cosas o por otras, me fue imposible. Hace tres meses murió mi padre. De cáncer. Llevaba ya algún tiempo tocado, y cuando se lo localizaron fue imposible reducirlo. Me sentí muy sola allí arriba, me derrumbé, y en ese momento, me planteé en serio lo de regresar a Madrid. Conseguí localizar a Candela, y le hice prometer que no diría nada a nadie, y menos a ti, Jota – volvió a mirarme fijamente. – También he mantenido un poco el contacto con Lorena, y estas últimas semanas le comenté que vendría posiblemente a primeros de enero. Al final todo se ha adelantado, y bueno, ya estoy aquí…

- Bueno, eso es genial, otra vez aquí todos, esto hay que celebrarlo, - dijo Lucas.

- Sí, pero antes… - le interrumpió Alba. – Quiero presentaros a alguien…

Como si Alba hubiese pronunciado las palabras mágicas, alguien desde el coche, desde el asiento de atrás, se incorporaba. Era alguien menudo, no lograba distinguir quién era. Mientras, la puerta se abrió, y vi dos bambas rojas asomar por el hueco entre la puerta y el suelo. Subí la mirada, y una niña de unos 14 años, preciosa, salió del automóvil.

3 comentarios:

Alía Mateu dijo...

Jajajaja, si me cuentas el final de tus historias pierde la gracia.. Aun asi es muy bonito, pero prometeme que no me dirás nada del contenido de la proxima ¿prometido?

Son las 6:20 de la mañana, me quedan 100 páginas que leer del Tenorio..

Abigail LT dijo...

wowwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww esto se pone cada vez más interesante...
jajajaja

al final tendrás qu escribir un libro querido.

Besos!

Marina Feduchy dijo...

Termina por Dios. Terminaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.