martes, 18 de agosto de 2009

La montaña canibal...



Si tuviera que definirme dentro de una escala que fuera englobando aptitudes y actitudes, quizás la de montañero ocuparía el último lugar, y la de ser humano la primera. No es fácil definirse ni como persona. Por mi condición y mi actitud hacia la naturaleza en toda su extensión, me considero amante de la montaña. En ella encuentro sensanciones que sería casi incapaz de describir. Paz, relajación, tranquilidad, unido a presión, reflexión, observación y concentración, hacen que los que nos movemos por las montañas sintamos algo especial que nos hace volver. Hace poco, leí que hay un montón de razones cuando escalas una montaña, frío, cansancio, sed, hambre, dolor, para darte la vuelta, y no llegar a la cumbre, y tan sólo una que te hace seguir hacia delante, querer llegar a la cumbre. Y esa, curiosamente, es la más fuerte, la que nos impulsa a seguir hacia delante.

Para muchos el Karakorum no significará nada. Para mí, quizás tampoco, pues desgraciadamente, no lo conozco más que en fotos, y mis sensaciones se limitan a lo que he podido leer o visionar en fotos o videos; un sentimiento de querer conocerlo más a fondo, y admirarlo, si cabe, más. Aquel que se adentra en el Karakorum, o en el Himalaya, tiene que experimentar sensaciones de otro planeta. Un lugar alejado de la humanidad, cuatro días andando a la población más cercana, y misterioso como ningún otro. Rodeado de algo que se mueve constantemente, el hielo. Muchos son los que se adentran allí, con un fin o con otro, buscando sensaciones. Pero desde luego, los que merecen mi más alto respeto son aquellas personas que realmente sienten la montaña como ese gigante que es, aquel al que hay que pedirle permiso para llegar a su cumbre, aquel que a la mínima nos pondrá en el límite entre la vida y la muerte. Y él tendrá todas las de ganar. Esa montaña canibal...

Hace un año fue Iñaki, un gran alpinista, en una de las montañas más difíciles según los que han estado allí, el que se quedó allí para siempre. Un final que seguro que el imaginó más de una vez. Buscando la dificultad, y la superación del hombre en la subida a la cumbre del Annapurna. Hace unos días, de nuevo, saltó la noticia de otro alpinista atrapado en las montañas. Esta vez a causa de una caida, en la bajada de una cumbre más dificil si cabe que la mayoría de las cumbres del Karakorum, el Latok II, una aguja de un conjunto de tres, a las que sólo se accede escalando de verdad, con una dificultad muy a tener en cuenta. Oscar se resbaló en la bajada, y se quedó colgando de su compañero, Álvaro, a través de la cuerda. Éste último logró anclarse a la pared de hielo, y bajar a su compañero a una repisa, con una pierna y un brazo rotos, después de un día colgados de la cuerda. Empezó así una bajada frenética en busca de ayuda, con tan solo una cuerda de 30 metros y un cordino. Consiguió llegar y pedir ayuda, dos días más tarde. El resto, más o menos, lo conocéis.

Pero seguro que nadie se ha parado a pensar en toda esta historia. En cómo tienes que abandonar a un amigo en la montaña, para buscar ayuda, sabiendo casi de antemano que es casi imposible que todo salga bien, pues el karakorum no es la Pedriza, ni siquiera los Pirineos. No, el Karakorum es letal, solitario, y allí los únicos helicópteros que vuelan son los del ejército, que tienen cosas más importantes que hacer (según ellos) que ir a salvar una vida. Y esos helicópteros, y eso pilotos, no están preparados para volar por encima de 5000 metros. Lo único que te queda es la impotencia...

Mucha gente estos días me preguntaba por qué no era posible que un helicóptero volase hasta donde estaba Óscar y le lanzase una cuerda para bajarle hasta el campamento base. Los que estamos más vinculados a la montaña entendemos el por qué, pero el resto de los humanos lo ve como una falta de voluntad y de medios. Recuerdo cómo se malinterpretaron aquellas imágenes del cuerpo de rescate de guías argentinos en el Acongagua, que parecían malos tratos. La montaña, hace que las personas sufran cambios muy bruscos, entre ellos, las congelaciones. Óscar tenía las manos congeladas, severamente, después de estar colgado un día entero sin poder protegerse del frío. No podía casi ni manejar el hornillo de gas para derretir nieve y así hidratarse. Atarse una cuerda, habría sido misión imposible, y más desde un helicóptero a 6300 metros; No hay base de sustentación, y eso sin contar con el viento...

Todo el operativo de rescate demuestra que el espíritu de la montaña sigue vivo, y que aún las personas son capaces de arriesgar su vida por salvar la de otro, como pasó con Iñaki, como pasó con los guías argentinos, y como ha pasado con Óscar. No han sido los primeros que se quedaron en la montaña, ni serán los últimos, desgraciadamente. Pero todos y cada uno de los que allí descansan saben dónde iban y dónde podían quedarse...

Desde aquí, mi más sincero apoyo a familiares y amigos de los montañeros de Peña Guara. Seguiremos subiendo montañas, y siempre estaréis, todos aquellos que os dejásteis la vida en ellas, siempre estaréis con nosotros...

2 comentarios:

Marina Feduchy dijo...

No creo en Dios, ni todas esas cosas tan raras. Pero estoy segura que cuando alguien muere, sube a donde sea y te protege. Allí estan mis abuelos, mis tíos y gran parte de mi familia..

Yo es que de montañas no soy demasiado. Llevo dos semanas en la montaña rodeada de campo y creo que me va a dar algo. A mi la soledad me viene andando por Madrid, con un café y una cámara en la mano..


Las malas lenguas - Love of lesbian

Alía Mateu dijo...

La montaña es tu pasión y me encanta ver como entiendes y te fijas en las cosas. No tengo ni puta idea de lo que por allí se siente, quizás algún día tenga la oportunidad de llegar a algún lado parecido.