miércoles, 1 de julio de 2009

Para ellos, y para ellas...


Desde pequeñitos, nos rodeamos siempre de personas que, de una manera u otra, marcarán nuestra vida. Sin darnos cuenta, vamos creciendo, y vamos creando un saquito de recuerdos, de ilusiones, de sonrisas y abrazos, de olores...


Pasé mi infancia con la suerte de tener muy cerca a mis abuelos. Tenían un chalet en El Escorial, en una Urbanización de tierra, rodeada de campo, que con el tiempo ha pasado a ser como tantas otras, perdiendo esa magia. Crecí los fines de semana entre piedras, arena, jaras y encinas, bichos, algún que otro amigo, que luego fueron yéndose y viniendo otros. Pero mis abuelos nunca se iban, siempre estaban allí, cuando llegábamos, tocando la bocina del coche mi padre, y mi abuelo abriendo la puerta. Siempre con una sonrisa, y otras veces también con esas pequeñas broncas que nos echaban porque no comprendían nuestro mundo, como les pasa ahora a nuestros padres, y como poco a poco nos empieza a ocurrir a los demás.


Recuerdo cuando mi Yaya, se fracturó la cadera, al romperse la sujección de la cabeza del fémur, como tantas otras abuelas. Fue increible ver como de casi no poder andar, poco a poco, año tras año, conseguía moverse, hasta dejar las muletas y volver a caminar de nuevo. Eso sí que era tener agallas,a su edad! Recuerdo como veíamos las telénovelas todos los veranos allí, en el salón del Chalet, porque fuera hacía un calor increible, mientras nosotros, los nietos, queríamos ver otra cosa. Recuerdo los olores. El olor a pipa de mi abuelo, que nunca olvidaré. El olor a Naftalina del armario de mi Yaya...


Con el tiempo, tuve una novia que vivía cerca de mis abuelos, tanto de los de mi padre como los de mi madre, así que siempre me turnaba para ir a comer un día a casa de unos y otro día a casa de otros. El tiempo transcurría, así, sin más, sin darme cuenta de que mis abuelos eran la parte más importante de mi vida, por estar siempre con ellos. Ellos eran mi paga semanal, mi libro de historia, mi bola de cristal...


Un día, un 2 de octubre de 2001, se murió mi Yaya. Fue la primera. Sin tener nada, estando más viva que nunca. Siempre había dicho que se podía morir cualquier persona, menos mi Yaya; que ella no se muriera nunca. Y fue la primera....Dejé de creer en todo. Ni dios ni amo. Fueron días muy duros, pero también sabía que era ley de vida, que todo es parte del ciclo de la vida. Le di las gracias, como si me estuviese escuchando, por todo lo aprendido, por todo lo enseñado, por todo el amor recibido, por todo el cariño, y por hacerme así.


Hace unos días murió la abuela de uno de mis mejores amigos. Él estaba lejos, en otro país, y eso es aún más doloroso. Por eso, desde aquí, mi homenaje a estas abuelas que nos han enseñado que en la vida hay que luchar, y sobre todo, sentirse vivo.


Om Mani Padme Hum...

1 comentario:

Alía Mateu dijo...

Es super bonito Juanjo.. :)
A las 8:16 de la mañana me has despertado de buen humor!

Es una pena que yo no haya podido tener ese tipo de vida con los abuelos, como la mayoría de la gente que me rodea, pero es que, los que yo tenía murieron cuando era pequeña.
Aunque aún así recuerdo muchas cosas.

Lo más semejante a una abuela que he tenído ha sido mi tía abuela Ana, o la tía pequeña como la solemos llamar. Es una mujer increíble.