sábado, 24 de octubre de 2009

Alba

Estaba terminando de comer, cuando me sobrevino aquel recuerdo. Todo se paró a mi alrededor un instante. Mi mente se había desplazado unos años atrás. Unos cuantos años atrás. Veía perfectamente aquel grupo de amigos, aquella pandilla de niños y niñas de 15, 16 años. Aquellos años mágicos de la adolescencia. La recordé sobretodo a ella. Rubia. Angelical. El pelo liso cayendo por sus hombros, con la raya en medio. El vestido blanco que tanto le gustaba ponerse, y que le sentaba de maravilla. Aquella hermosa y delicada silueta, frágil como el corazón que en aquellos tiempos latía por ella. Ahora...ahora nadie sabía por quién latía. Ni siquiera yo. Aunque quizás, en ese recuerdo, notaba un ligero pinchazo en el pecho, aún.

Terminé de comer mientras mis amigos charlaban y reían. Casi no les prestaba atención. Seguía en mi cabeza el recuerdo de aquellos días, aquellos veranos. Las primeras veces que salíamos lejos de casa, los trenes hacia lugares desconocidos. Los primeros fracasos. Las bicicletas son para el verano. Mi mejor amigo. Luego fuimos tan sólo amigos.Mi hermana pequeña, que conseguía que a mis amigos se les cayera la baba. Aquel verano inolvidable donde Alba, aquella niña rubia, y yo, compartimos todo nuestro amor bajo el techo de ramas, y encima de los palets y mantas que había en nuestra cabaña. Luego aquel incendio que nos destruyó nuestros recuerdos. Un desaprensivo pegó fuego al monte.

Pagamos la cuenta entre todos, y salimos a la calle. Era un sábado expléndido de Noviembre. Aquel pueblo de montaña tenía ese aire mágico que tienen las cosas que nos hacen aferrarnos a la vida. Nos despedimos hasta la tarde, y yo le dije a mi mujer que me iba a casa de mis padres un momento, a por unas cosas. En un par de horas estaría de vuelta. Recién casados, la confianza es aún sincera en nuestra relación. Le di un beso y la dejé en la puerta de casa, mientras cambiaba el CD por uno de aquel grupo que tanto me gustaba por entonces, hacía 15 años. Metí primera y me fui hacia la urbanización donde de pequeño pasaba mis veranos...

No estaba lejos; apenas a unos 15 minutos en coche desde mi actual residencia. Por el camino, seguía recordando momentos de aquellos veranos. Luis, María, Fito, Ana, Lorena, Vane, Lucas, Gerardo, mi mejor amigo Antonio, mi hermana Candela...Alba. Todos los recuerdos siempre terminaban en Alba. No podía olvidar su sonrisa, sus caricias, su voz dulce. Sus besos húmedos de sus labios sonrosados. Sabían a hierbabuena, fresca, como recién mojada por la lluvia. También recordé el día que decidimos dejarlo. Ella se iba a otra ciudad, a su padre le cambiaban de trabajo, y tenía que ir con ellos. Le dije que se quedara, que aquella ciudad a la que iba era gris, oscura, amnésica. Madrid la necesitaría. Yo la necesitaría. Pero era lo mejor, los dos lo sabíamos. Éramos demasiado jóvenes como para comprometernos con algo. Nos estuvimos escribiendo algún tiempo, uno, dos años. Luego, como todo en la vida, el curso de los acontecimientos hizo que nos distanciáramos. Nunca la había olvidado. Tuve otras novias, otras amantes. Hasta me fui de viaje hasta Australia siguiendo a una pequeña princesa que me recordaba tanto a ella que me llegó a obsesionar, tanto, que teminó aborreciéndome. Cosas de la vida. Luego conocí a mi mujer. Dulce, serena, madura. La persona ideal con quien compartir mi vida. La práctica y la funcionalidad unidas por el amor razonado. Atrás quedaban los años de los impulsos, del amor irrefrenado y el sexo en los lavabos, en los probadores de alguna tienda de ropa, o incluso los revolcones por las hierbas secas de cualquier bosque cercano. Dejaban huella aquellas experiencias...

Llegué al cruce del entrañable bar donde a veces nos parábamos con la bici a pedir un vaso de agua. Ya no había cruce. Habían construido una rotonda. Todo cambia con el tiempo, incluidos los árboles. Subí por aquella carretera que conducía hasta Los Zarzales, mi urbanización en otra época. Recordaba los alrededores, y a los árboles que antes eran arbustos, ahora les adornaba una generosa copa repleta de hojas verdes algunas, y otras marrones a punto de terminar de caer en otros. Al mismo tiempo que me iba acercando a Los Zarzales, mis recuerdos se hacían mucho más vivos. Era como si los estuviese viviendo en aquel mismo momento. A unos doscientos metros, divisaba ya la entrada a la urbanización. Todo se me hacía muy extraño...

Al entrar a Los Zarzales divisé la valla donde nos sentábamos, al lado de la estación de tren. Había algunos coches, y algunas personas alrededor. De repente, reconocí a Luis. Mire a su derecha y vi a Lorena, con el pelo algo más largo, pero con los mismos rasgos de hacía 15 años. Mi corazón empezaba a latir fuertemente. La emoción me empapaba los ojos, sin saber por qué. Bajé del coche, y me acerqué al grupo que me había reconocido. Ana corrió hacia mí, con cara de sorpresa, alegre, por verme allí. Cómo estás, qué tal todo, qué es de tu vida. Todos nos hacíamos esas preguntas, entre extrañados por aquel encuentro fortuito, y alertas por la situación. Antonio, mi mejor amigo de entonces, me asedió por la espalda, y nos dimos un gran abrazo. Era como volver a aquellos años. Fito y María eran pareja. Lo que me gustó siempre esa pareja. Lucas tocaba en un grupo, y empezaban a ser conocidos. Antonio vivía con su compañero sentimental, y me alegré mucho por él. Ana se había casado, pero no era felíz. Luis, Vane, Gerardo, seguían solteros, disfrutando de las vidas, pero con algo más de sensatez que entonces. Lorena estaba de vacaciones por Madrid, ahora vivía en Liechtenstein. Mi hermana me dio un abrazo muy cariñoso. Era la única del grupo a la que seguía viendo, por razones obvias. Conté de nuevo...uno, dos, tres, cuatro...nueve, diez, y conmigo once. Faltaba Alba. Gerardo me sacó de mi ensimismamiento con una cerveza que traía del bar de la estación, y todos nos pusimos a compartir historias, recuerdos, vidas actuales. Todo sin pensar qué hacíamos allí, y por qué nos habíamos reunido después de tantos años. Sin decirnos nada, todos sabíamos que algo pasaba, pero no sabíamos el qué. Mientras tomábamos cerveza y reíamos, esperábamos a Alba. A veces me volvía para mirar por la vieja carretera de la urbanización a ver si venía un coche, y cuando aparecía uno, todos nos quedábamos en silencio, con una tensión que se podía palpar.

Pasaron dos horas, y Alba seguía sin aparecer. ¿Por qué faltaba ella? Me preguntaba. Era a la persona que más ganas tenía de ver, y sin embargo, la única que no estaba. Antonio me preguntó si sabía algo de ella, y le conté que no teníamos contacto desde hacía años. Él sabía que no había podido olvidarla. Sonó mi móvil. Era un mensaje de aviso de llamada. Mi madre me había estado llamando, pero no tenía cobertura. De repente, mi mujer me llamaba. Descolgué y escuché sus palabras. Colgué.

Me dijo que mi madre la había llamado y le había dicho que una amiga de mi infancia había fallecido...

3 comentarios:

Alía Mateu dijo...

Todo se transforma..

Esta entrada me tranquiliza.

Marina Feduchy dijo...

Todo tiene un fin. Y es algo que nos llega a todos. Si algo estoy familiarizada es a la muerte. No e splato de agrado pero hay que enfrentarse a ella. Por mucho que nos duela...

Y tus ojos. Las fotos no dicen nada más que tu garganta abierta en todas las fotos (creo que ya lo has oido más de una vez) y los ojos les quitan protagonismo. Cuando me dejes verlo lo mismo te cuento todo lo que transmiten. Do you wanna?

Por cierto, mi contraseña para firmar es Praga y eso mola (No me preguntes por qué)

Anónimo dijo...

Cuando leí Alba (mi nombre) me latía el corazón con fuerza, nunca me ha gustado mi nombre pero ya ves. La verdad es que el final me ha hecho estremecer.