jueves, 22 de octubre de 2009

Un día cualquiera...


Era jueves. Otro jueves más. Preludio de un fin de semana, como siempre. Juergues, dirían algunos. De vez en cuando también lo digo yo. Me acerco a esa gran superficie donde afortunadamente encuentro de todo. La odio igual que la amo. Indefinible el ser humano, incomprensible. Sobre todo ellas, dirían ellos. Sobre todo ellos, dirían ellas. Reconozco a la chica de seguridad. Siempre es la misma, siempre son los mismos. Vidas paralelas sin coincidir más que algun día de la semana, mientras unos trabajan y otros gastamos lo que ganamos trabajando. Me reconoce, pero no me saluda. Nunca lo hacemos. Dentro, como siempre, sus estantes, sus ofertas, sus compras compulsivas. Personas que pasan el rato, dando una vuelta por allí. Otros hablan por teléfono. Miro sus caras. Parecen felices...¿lo serán?. Compro incienso, como si eso me ayudase a minar mi dolor de cabeza, que poquito a poco empieza a aparecer. Ella siempre está allí. Siempre que voy. Y él también, tan peinado como siempre, tan atento, tan... tan él. Él siempre será él. Me mira como si quisiera comerme. Y me gusta esa sensación. Pero mi corazón pertenece al otro reino, al de las sirenas. Las sirenas de las que habla Luis Ramiro, esas que aparecen una noche y desaparecen al amanecer.

Recorro los pasillos en busca de un par de bombillas. Quizás lo que busco son un par de ideas. O quizás busco la luz. Cosas incomprensibles las del ser humano, sensaciones inacabadas. Siempre buscando y anhelando, sin disfrutar del presente. Me meto en el bolsillo dos ideas, dos rayos de luz, dos bombillas, dos sirenas. Bueno, a las sirenas no me las meto en el bolsillo. Me pongo en la fila esperando mi turno para pagar, mientras observo a la chica que pasa los productos por el lector láser. Si tuviese código me gustaría saber mi precio, y el suyo. Seguro que varía dependiento del día. Hoy estoy en oferta, en el estante de últimas unidades, productos no vendidos en las últimas semanas. Todos los productos tienen que rotar para que todo funcione. Ella, la azafata de caja, no lo sabe, pero está en el primer pasillo, entre los productos de primer impulso y los de novedad. Con un cartel bien grande. De repente, aparece la chica de los patines. Te conozco, te he visto por aquí más de una vez. Llevas tatuada una luna en el pecho, y te pintas los ojos con un lapiz negro. Te gusta madrugar y disfrutas con lo que haces. Tú no me conoces, o sí, pero siempre nos vemos, sin querer, por este centro comercial. La casualidad de venir al sitio donde trabajas. O no. Me gusta pensar que eres la descendiente de aquel espadachín de "la princesa prometida".

Hola, buenas tardes. Él me saluda amablemente, y cada día con más cercanía. Me trata de usted. Cada día me hago más viejo. Pago casi mecánicamente, y sin darem cuenta estoy en la calle, con mi dolor de cabeza a punto de darme las buenas tardes, y con la sonrisa y la felicidad que me da imaginar el mundo a mi manera...

Qué más da quién sea ella. Qué más da dónde esté. Qué más da que él se fuera. Seguiré gritando por lo que yo quiera, por lo que yo crea. Y a quien no le guste, que no mire.

P.D: Mi ex, una vez, me dijo: No sabes lo que me arrepiento de haber desaprovechado todas las oportunidades que me has dado a tu lado. Yo le dije: No es un error, no te arrepientas, tan sólo es una opción más dentro de todas las posibilidades...

1 comentario:

Alía Mateu dijo...

''Seguiré gritando por lo que yo quiera, por lo que yo crea.''

Me quedo con esa frase.. grande Juanjo.